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NOCHE COMPLICADA

          Cuando el servicio finalmente se terminó, lo primero que Maika hizo fue preguntar a Samara si sabía dónde se encontraban los baños. Cuando ella le señaló el lugar, inmediatamente se coló entre las personas que abarrotaban la entrada y se dirigió a ellos.

          Al adentrarse en el baño, se detuvo frente al enorme espejo y se percató de que su respiración resollaba, la entrada y salida de aire de sus pulmones creaba un ligero silbido desde lo profundo de su garganta, como si se estuviera ahogando. Era molesto, ridículo, y vergonzoso.

          Abrió el grifo y se inclinó para humedecer su rostro. Sentía como si cientos de pequeñas agujas se estuvieran clavando en sus manos y cara, la sensación era extraña. Cuando vio sus ojos de nuevo en el espejo, no vio nada anormal. Esperaba cuando menos estar pálida del susto, pero no había nada en su expresión.

          Unos segundos después una mujer entró al baño. Maika se sintió asqueada por unos segundos cuando vio por el reflejo la expresión de curiosidad que había en el rostro de la recién llegada. Odiaba cuando recibía esa clase de atención cuando estaba en un mal momento. No era un espectáculo al público.

          —¿Te encuentras bien?

          ¿Es que acaso todo mundo le haría esa pregunta? ¿Acaso no era obvio?

          —Sí.

          Maika se sorprendió cuando la mujer tuvo un gesto inesperado hacia ella. Fue tan repentino que se quedó procesando la acción por varios segundos. Ella la estaba abrazando. Así, sin más. No supo cómo reaccionar, porque, bueno, no siempre uno se encuentra a una desconocida dispuesta a dar algo de consuelo a una persona tan rota como lo estaba ella.

          —Samara me contó —murmuró la mujer suavemente—. Yo sé cómo te sientes. Yo perdí a mi hijo y...

          Maika dejó de escuchar. Su mente se desconectó de todos sus sentidos y cualquier contacto con la realidad. El pánico se extendió desde su pecho hasta ser una explosión en su cabeza. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas y estas simplemente fluyeron por su rostro, desfilando sobre sus mejillas como un montón de gotitas de lava que quemaban todo a su paso. Sintió que las fuerzas abandonaron su cuerpo y como último recurso se aferró a los brazos de la mujer hasta que su cuerpo descansó de la tensión que la había acompañado desde la muerte prematura de un amigo.

          —¿Maika? —llamó Samara.

          —Sí... Sí, aquí estoy. —respondió inmediatamente, volviendo en sí y separándose de la mujer, sorbiendo su nariz y alejando los restos de lágrimas de sus ojos.

          —Todo va a estar bien —volvió a hablar la mujer—. No lo vas a olvidar, pero aprenderás a vivir su ausencia. No estás sola.

          —Gracias. —musitó Maika, desviando su mirada mientras la desconocida se despedía también de Samara y salía de los baños.

          Ni Samara ni ella dijeron nada al respecto.

          —¿Nos vamos?

          —¿Iremos en camión otra vez? —cuestionó Maika, esforzándose para que su voz no saliera ronca debido al reciente llanto.

          —No. El pastor y su esposa nos darán un aventón.

         —Ah. —exclamó simplemente.

          Bueno, al menos las cosas no habían sido del todo malas.

          Se recostó en el colchón sin siquiera cambiarse de ropa. El esposo de la tía Marcela había regresado del trabajo, uno que en el que se quedaba lejos durante semanas, por lo que Maika fue mudada a otra habitación, a la de sus primos más específicamente. Ellos se habían quedado viendo televisión y Samara se había encerrado casi luego que regresaron del templo.

RespiraWhere stories live. Discover now