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EXPECTATIVAS

          Maika miraba atentamente el techo de su habitación donde estaban pegadas varias de las fotografías que había tomado en las últimas semanas. No eran claramente visibles gracias a la hora, pero podía distinguir los rectángulos de tonalidades más oscuras que indicaban el sitio que ocupaban en su techo.

          Admitía que había ocasiones en las que le costaba deshacerse de sus fotos. Nacía en ella un extraño sentimiento egoísta que le decía que eran suyas, que le pertenecían y que nadie más tenía derecho de verlas. Aquello bien podía deberse al constante sentimiento de ausencia que se apretaba en su pecho y le generaba un nudo en la garganta todas las noches, por lo que convertía a sus fotos en lo único que nadie podía arrebatarle a no ser que ella así lo quisiera.

          El exterior aún estaba oscuro, pero eso no impedía que sus padres estuvieran de pie y hablando en voz baja, seguramente para no despertar a Marie, su hermana menor.

          Esperó pacientemente sin moverse de su lugar hasta que escuchó el sonido de un par de sillas ser arrastradas y, posteriormente, el de la puerta trasera al ser abierta y luego cerrada, indicando que el viejo Ricardo dejaba la calidez de casa para ir a su trabajo en el aserradero.

          Lanzó su cobija a un lado y se levantó de un salto. Se colocó sus botas, una gruesa chamarra y unos guantes negros, todo con demasiada prisa que estuvo a punto de caerse un par de veces. Tomó su cámara y su celular arrojándolos dentro de su vieja mochila de color rojo, junto a un rollo de papel y un encendedor.

          Abrió con cautela la puerta de su cuarto, viendo justo a tiempo cuando su madre se encerraba nuevamente en su habitación, seguramente para conseguir unos minutos más de sueño antes de que su hermanita debiera levantarse y prepararse para ir a la escuela.

          Al salir de la seguridad de su casa, el viento helado le acarició inmediatamente el rostro sonrojando sus mejillas y su nariz. Vio cómo su respiración se volvía visible ante ella en forma de curiosas volutas de humo y una ligera sonrisa acudió a sus labios al recordar sus años de primaria, donde todos solían fingir estar fumando con un rollito de hoja de libreta o alguna pajita de zacate seco.

          Con una de sus manos afianzó la correa de su mochila sobre uno de sus hombros y la otra la resguardó en la bolsa de su chamarra buscando algo de calor. Si se apresuraba, podría llegar a tiempo a su destino y estar de regreso para la hora en que su pequeña hermana se debía ir a la escuela.

          Sus pasos chapotearon sobre el suelo húmedo de terracería. El sereno que caía durante la noche era suficiente para mantener la tierra lodosa luego de las últimas lluvias que dejó tras de sí el verano.

          El lodo se adhirió inmediatamente a la suela de sus botas volviéndolas un poco pesadas conforme más avanzaba, un hecho que podía resultar incómodo, pero al cual los habitantes de El Toro estaban más que acostumbrados. Sus ojos fueron de un lado a otro atentos a su entorno. Solo algunas luces en las casas vecinas estaban encendidas y, por el momento, parecía ser la única persona en la calle. A lo lejos podía escuchar claramente el ladrido de los perros y, vagamente, los maullidos de algún gato.

          A Maika le encantaba esa atmósfera de madrugada, cuando el cielo parecía tornarse más oscuro para luego comenzar a dar paso a la claridad de la mañana. Por supuesto que ese gusto no se debía a la poca actividad humana, sino al extraño encanto que parecía rodear al pueblo a esa hora en específico, era una calma atrayente, al menos para ella. La soledad se volvió una fiel amiga después de haber terminado la escuela media superior.

          Sus pasos la llevaron hacia el noroeste del pueblo, cerca del pequeño panteón. No solía frecuentar mucho ese rumbo, pero había encontrado en internet varias fotos de unas enormes rocas de las que no había sabido de su existencia hasta ese momento.

RespiraWhere stories live. Discover now