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BUSCANDO RESPUESTAS

          Maika se sintió estúpida.

          El doctor que la atendió fue un hombre mayor. Fue agradable y con una paciencia infinita al parecer, pues no se mostró irritante en ningún momento mientras ella balbuceaba incoherencias tratando de explicar lo que le pasaba.

           En esa consulta pudo darse cuenta de que sus nervios estaban destrozados desde aquel momento en el que había vuelto a casa de su hermano. Se le recomendó no volver, a no ser que se sintiera lista, y definitivamente no lo estaba. Samara también comentó acerca de la anterior consulta, del electrocardiograma ordenado, pero el doctor desechó inmediatamente la idea y le dijo a Maika que estaba bien, que tenía un corazón fuerte y en perfecto estado. Sin embargo, una vocecita seguía taladrando su mente con preguntas como: ¿y si el doctor está equivocado? ¿Cómo puede saber que estoy bien? ¿Cómo puede estar tan seguro sin haber realizado ningún estudio?

          También hubo algo que salió a la superficie de su inconsciencia durante la consulta.

          Maika recordó ese espantoso sueño que tuvo días atrás porque el estúpido ventilador y la luz del consultorio se parecían a lo que vio.

          En su sueño vio una luz demasiado blanca estallar tras sus párpados; líneas de luz fulgurante y destellos oscuros como una noche sin luna. Recordaba haberse despertado completamente asustada, pues lo primero que pensó fue que había estado a punto de morirse, pero que de alguna forma milagrosa había sido despertada para que eso no ocurriera. Y sí, asoció esa luz del consultorio con su sueño, o al menos pensó que era una buena manera de redirigir sus pensamientos a algo palpable, a algo real como ese ventilador de techo y su luz amarillenta. Era mejor pensar eso que creer que cada dos segundos se estaba muriendo.

          El doctor le recetó pastillas para dormir. Él dijo que eran las menos agresivas que podía darle, lo cual no le causaba ningún alivio saber, además de (más) medicamento para esa infección en su garganta.

          Y bueno, Maika no se había tomado de manera correcta el medicamento anterior. Se negaba a tomar tantas pastillas, se sentía como un enfermo en fase terminal que debía medicarse con un montón de chucherías farmacéuticas para aminorar los síntomas y contrarrestar los efectos secundarios con más pastillas. No quería eso. Solo la hacía sentirse más miserable de lo que ya era.

          Entonces, después de aquello la mala racha continuó. La vida siguió pateándole la cara como si no tuviera algo mejor que hacer. Su padre le llamaba aquello la hora cero. Y vaya que su hora cero se había extendido por demasiado tiempo. Las noches se convirtieron en un suplicio, se vio atacada por la tensión en su abdomen. Internet le dijo que posiblemente se trataba de espasmos. La información no decía que fuera nada grave, pero era algo que también le estaba robando el sueño y la tranquilidad. Cada cosa que sentía en su cuerpo era un peligro potencial y eso la estaba volviendo loca.

          Y dado que no podía dormir, Maika comenzó a levantarse en las noches para tomar una biblia que su tía Marcela tenía siempre en el tocador y la hojeaba para entretenerse leyendo. Leía en cualquier parte donde las letras resaltadas en negritas como un título llamaban su atención. De esa manera lograba distraer por escasos minutos a su mente. Pero nada parecía ser suficiente.

          Con el nuevo celular que le había regalado su hermano, había encontrado algunas aplicaciones dónde podía encontrar libros gratuitos, así que podía pasar horas deslizando su dedo sobre la pantalla táctil buscando algo lo suficientemente bueno como para apagar su cerebro unos instantes, pero igual había fracasado en su intento.

RespiraWhere stories live. Discover now