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UNA DECISIÓN

Más tarde el mismo día.

          Maika no podía con su propia inquietud. Había estado viendo la televisión con su pequeña hermana, esperando impaciente el regreso de su padre, barajando en su cabeza mil maneras distintas en las que podría pedir aquello a su padre y que éste accediera sin dar demasiadas vueltas al asunto.

          Cuando se lo contó a su madre, ella pareció encantada con la idea. Maika quería pensar que estaba feliz por ella y no por lo que la propuesta significaba: que debía irse de su casa. No es que su madre fuera una mala mujer, pero a veces sus reacciones imprevistas e inocentes podían ser como un duro golpe a su estado de ánimo, que para variar, era de lo peor.

          Cuando la puerta trasera de su casa se abrió en señal de que su padre había regresado, Maika se levantó de prisa como un can que espera a su dueño con gran alegría para ir a su encuentro. Aunque, definitivamente, la causa de su alegría no era el verle la cara al hombre.

          —¿Qué quieres? —preguntó Ricardo sin mirarla siquiera mientras se quitaba su pesado abrigo.

          Maika tuvo que morderse la lengua para no soltar un insulto. ¿No lo veía en todo el día y ese era el saludo que obtenía de su parte? Suspiró en busca de paciencia en lo más profundo de su ser antes de soltar un:

          —Quiero hablar usted.

          —Estoy cansado y...

          —Quiero irme a estudiar. —interrumpió antes de que su padre tuviera oportunidad de ignorarla como siempre hacía.

          Ricardo detuvo su intento de sacarse las botas y levantó la cabeza para mirar a su hija. Entrecerró los ojos un momento sin decir absolutamente nada, pensando que quizás ella ya se había vuelto loca por todo ese tiempo que pasaba vagando sola en el bosque en lugar de salir con sus amigos como una persona normal.

          —¿Cómo que estudiar?

          —Pues sí, ir a una escuela, llevar mochila, tener maestros que me compartan su conocimiento, ¿no te suena? —dijo un tanto exasperada por sentir que su padre la miraba como si le hubiera crecido otra cabeza.

          Sabía que soy un bicho raro pero no tiene por qué mirarme de esa manera.

          Ricardo pareció pensarlo un poco, todavía tratando de buscar la broma en las palabras de su hija. Entre ellos nunca bromeaban, pero Ricardo no estaba seguro de cómo tomar las palabras de Maika.

          —¿Para qué quieres estudiar? Ya perdiste tres años, y si mal no recuerdo, tú fuiste la que se quejó de...

          —¡Sé lo que dije! —Interrumpió bruscamente al tiempo que hacía un ademán desdeñoso con una de sus manos—. Pero... Por favor, papá. Quiero intentarlo. Acabo de conocer a un tipo que está ofreciendo becas para ello, esta podría ser la oportunidad de mi vida, o la tuya en todo caso porque...

          Ricardo siguió con su labor de sacarse sus botas, quitarse la chaqueta que usaba bajo el abrigo para luego encaminarse a la salita y acercarse al fuego de la chimenea, todo mientras escuchaba el parloteo de Maika.

          El hombre se sentó en el largo sillón a lado de su hija menor que parecía bastante entretenida en la televisión con una novela.

          —...Y la inscripción sólo costará setecientos pesos. Papá, por favor. Sabes que yo nunca te he pedido nada y justo ahora hay una oportunidad única. Piensa en que ya no estaré aquí de odiosa y no tendrás que verme y quejarte a cada rato de mí por no hacer las cosas que toda mujer hace.

          Maika estaba desesperada por convencerlo. Sabía que hablar con él después de que éste saliera del trabajo era una mala idea. Había una enorme probabilidad de que estuviera de mal humor y le diera una negativa por respuesta y alguna clase de sermón referente a lo inútil que él creía que era ella. Pero también, en esa escasa posibilidad, podría ser que alguna divinidad se apiadara de ella y convenciera a su padre de decir que sí.

          Maika lo vio suspirar un par de veces sin quitar la mirada de la pantalla. El viejo estaba demasiado quieto como para ser bueno. Más bien no sabía qué esperar. En ese momento el hombre parecía tan estoico que no podía imaginarse lo que estaba pasando por su cabeza.

          —De acuerdo.

          Maika saltó en su sitio y alzó de manera graciosa sus brazos sintiéndose emocionada. Sin embargo, luego se congeló en su sitio y miró durante unos segundos a su padre, casi como si esperara que le dijera que era una broma. Luego sonrió ampliamente y sin más salió corriendo de su casa en busca de aquel hombrecillo que le había abierto la puerta hacia su libertad.

          Al día siguiente, Maika y sus padres se encontraban sentados frente a Carlos mientras éste se encargaba de explicar lo mejor que podía cómo es que un hombre de ciudad se encontraba en un lugar tan abandonado como El Toro haciendo ese tipo de ofertas.

          Las cosas se sintieron un poco tensas al principio, pues Ricardo y su cara de bulldog que ve amenazado su territorio, o en éste caso, que pensaba que todo aquello era una farsa, no permitía mucho que el ambiente se relajara. Sin embargo, Maika debía dar algo de crédito al señor bajito por estar allí delante de su padre, sin dejarse amedrentar por éste.

          No obstante, fue esa actitud de parte de su padre la que alargó demasiado una conversación que se suponía era para dar información y aclarar dudas, y se convirtió en un extenso interrogatorio hasta de la cosa más absurda.

          Maika había sentido en varias ocasiones la mirada de su madre posarse en ella, pero la ignoró durante toda la "entrevista". También había querido interferir, pero tuvo que tragarse cualquier comentario. Cualquier cosa que dijera en ese momento podría ser usado en su contra y hacer que su padre cambiara de opinión sin razón alguna, el hombre odiaba con todas sus fuerzas que lo interrumpieran.

          —¿Aquí mismo debemos darle el dinero de inscripción? —preguntó Ricardo con incredulidad.

          El hombrecito sonrió amablemente y asintió.

          Maika se preguntaba cuándo se cansaría de sonreír así a un hombre tan insoportable como lo era Ricardo, pero supuso que por algo le pagaban. Tal vez tenía un sueldo muy bueno solo por ofrecer becas.

          —¿Cómo sabremos que no se largará con el dinero?

          —Papá. —masculló Maika dejando escapar un sonido de su garganta que sonó a un quejido.

          —Le aseguro que es un trato honesto, señor.

          El silencio finalmente se hizo presente después de lo que a Maika le parecieron horas. Miró de su padre al hombre "no bienvenido" y viceversa.

          —Sepa que por el hecho de que seamos gente de pueblo no vamos a tomar alguna acción en contra de usted si resulta ser un estafador.

          Maika quiso enterrar su cabeza en la tierra. Se sintió un tanto avergonzada por la actitud de su padre, odiaba lo ridículamente directo que podía llegar a ser. Aunque también imaginaba que a pesar de ser un viejo gruñón, era su deber cuidar a su familia de cualquier cosa que pudiera significar una amenaza, después de todo sí parecía tener un poco de sentido común y algo de cariño por ella.

          Así que contra todo pronóstico, su padre pagó su inscripción y Carlos les informó que en la primera semana de enero del siguiente año, ella debía presentarse a las instalaciones para terminar el proceso. Eso la incomodó un poco, pues significaba que aún debía esperar cerca de tres meses para poder irse, aunque tampoco estaba tan mal, porque así le daría tiempo de mentalizarse el hecho de que debería mudarse a la ciudad y que allá, de cierta forma, tendría que rascarse con sus propias uñas.

RespiraWhere stories live. Discover now