6

154 17 0
                                    

EL QUIEBRE

Sábado 7:00 pm

          El día se volvió demasiado largo. Las horas se habían estancado al igual que los minutos y parecía que no tenían intención de moverse.

          Algunos vecinos habían comenzado a acercarse al patio de la casa. Todos desconocidos para Maika. Vio rostros tristes, otros indiferentes, otros cuantos simplemente curiosos, movidos por el morbo que genera una muerte repentina.

          El ambiente había estado aparentemente tranquilo. O al menos así fue hasta que los padres de Michel y de Diana finalmente llegaron, ya que como no vivían allí, habían tenido que hacer un largo viaje.

          Maika trató todo lo posible de mantenerse al margen de la situación. No quería involucrarse demasiado con la familia en duelo, no por insensible, sino porque no sabía qué decir o hacer. Sabía que no existían palabras que pudieran ser realmente escuchadas en tal caso. Además, el llanto de cada uno de ellos fue suficiente para mantenerla al otro extremo del patio. Su rostro no dio muestras ni siquiera de empatía por lo que estaba sucediendo. Su hermano le había dicho que debía ser fuerte. Su padre, durante una llamada, le había dicho que tenía que ser fuerte. Ver a sus sobrinos la convencía de que debía ser fuerte.

          Para el anochecer la funeraria entregó nuevamente el cuerpo, pero ahora metido en un féretro. A pesar de que casi había pasado un día completo, Maika no era capaz de concebir su ausencia. Su amigo estaba dentro de ese cajón. Su amigo ya no iba a volver. Su amigo ya no le contaría sus planes para el futuro. Porque estaba muerto. Michel se había ido.

          En ese momento, Maika agradeció la presencia de su prima Samara justo a su lado, y también sus palabras a modo de distracción. Samara era de los pocos familiares cercanos que realmente consideraba así. Aunque su prima era mayor que ella, su entusiasmo siempre fue contagioso. De algún modo, el dolor fue ligeramente tolerable con Samara acompañándola.

Domingo 2:00 am

          El entierro sería en Oam, un pequeño pueblo nombrado en el dialecto pima de sus habitantes, el cual significaba amarillo. El nombre estaba basado en los grandes pastizales que adquirían ese mismo color cuando el otoño aparecía.

           Michel y su familia provenían de Oam, un pueblito que se encontraba aún más abandonado que El Toro.

          Maika estuvo muy al pendiente de los comentarios que se hicieron respecto al traslado. Dejó listas sus maletas porque para llegar a Oam debían cruzar primero por El Toro y su plan era quedarse allí. Por llamada, sus padres le habían comentado que ellos irían más tarde a Oam para acompañar a Diana y su familia, pues era domingo y Maika sabía que era el día cuando iban a la iglesia.

          Exactamente a las dos de la mañana, los hombres se encargaron de subir el féretro a una camioneta que consiguieron prestada para viajar hasta Oam.

          Maika vio con algo de incomodidad el momento cuando todas las luces de la casa fueron apagadas y las personas, todas familiares de Michel, comenzaron a despedirse entre ellos, deseando buen viaje a Diana y a sus padres y a otros cuantos que los acompañarían en el viaje. Había una tristeza y nostalgia increíble clavándose en su pecho al saberse una completa intrusa entre ellos, observando el sufrimiento ajeno sin poder expresar el suyo. Se sentía completamente sola. Sabía que tenía a su hermano, pero entendía que él debía estar con su esposa. Maika podía soportarlo, no tenía por qué derrumbarse, no cuando en el pasado la muerte le era indiferente. No tenía por qué afectarle.

          Pero claro que la afectaba.

          Maika no supo cómo sentirse al respecto cuando se dio cuenta de que viajaría en el mismo auto con los padres de Michel. Si hubiera tenido elección, habría preferido ir en cualquier otro carro.

RespiraWhere stories live. Discover now