Capítulo 8: Regla De Madera

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Con una casa llena de reglas, donde se le tenía prohibido incluso correr entre los pasillos y el patio, realmente no tenía mucho que hacer.

Desde una edad muy corta se le inculcaron las reglas que rigieron su vida hasta la edad adulta. Reglas que lo llevaron a tener una vida que muchos consideraban aburrida y sin chiste.

— Xichen, sabes que no puedes correr — a sus cortos cinco años aún se encontraba confundido del por qué no podía hacer ciertas cosas que sus amigos en la escuela y los niños del parque cercano podían hacer — Ven aquí, tienes que acabar con tus lecciones.

No correr, no gritar, no reír demasiado alto, no llorar, no pedir comida de más, no manchar los muebles, no tener mascotas, no saltar en las camas, no comer dulces. Fueron las reglas de sus primeros diez años, los niños del jardín de niños siempre lo miraban raro, cuando todos corrían tratando de alcanzar a los demás, Xichen permanecía sentado en su banca, repasando sus lecciones o adelantando sus tareas.

En verdad la curiosidad picaba el fondo de su estómago, quería saber lo que era saltar en aquellos charcos de lodo, hacer castillos en las cajas de arena, dibujar a su familia en una hoja y pegarla en el refrigerador. Pero había un sentimiento mucho, demasiado más fuerte.

La regla de madera. Su tío, quién desde los cinco años había cuidado de él y su hermano menor, tenía una caja de metal, grande y oxidada, repleta de aquellas tablas.

Nunca los uso demasiado, había sido lo suficientemente bueno y bien portado como para no ganarse demasiados regaños, pero siempre había excepciones.

— Cuántas veces te he dicho que no puedes subirte a la mesa? — con los pies rectos, la espalda erguida y los brazos extendidos, sentía como aquella regla chocaba contra su blanca piel, hinchando, sangrando y cortando hasta que terminaba a la mitad, llena de astillas que se encajaban en su joven piel — Responde Xichen!

— Lo siento — tratando de no hipar, cerró los ojos con el último golpe. Su tío lo obligó a permanecer así durante diez minutos más.

Antes de eso había tratado de subir a la mesa para alcanzar los panquecitos de nuez, recién horneados por su nana. Wangji, quien acababa de cumplir los cinco años, le había pedido con ojos chillones que le diera uno de aquellos esponjosos postres.

— A-Zhan fue malo — al final de su castigo, su hermano, con los párpados hinchados del llanto y mocos secos en la nariz, se acercó y lo abrazó —. A-Zhan no volverá a pedir nada malo, así tío ya no te castigará.

— A-Zhan ni A-Huan hicieron nada malo, tío Qiren está estresado por el trabajo, por eso a veces se porta mal — su nana había entrado a la cocina, asegurándose de que el hombre no la viera —. Aún quieren sus panquecitos?

Ambos asintieron, la mujer de sonrisa cálida tomó dos de la mesa, cargando a Xichen en un brazo y a Zhan en el otro.

Su Nana era quien siempre curaba sus heridas, tanto las de la regla como las de su torpeza. Limpiaba su nariz cuando lloraba y cocinaba esos ricos panquecitos cada que la lluvia atacaba.

Ella no los castigaba, no los reprendia ni los golpeaba cuando rompían una pequeña regla como reír demasiado, o llorar a moco tendido.

Las reglas cambiaron cuando cumplió los diez años. No juegues en la calle, no escuches música ruidosa, no juegues video juegos, no tomes las manos de tus compañeras, no duermas tarde, no dejes tus deberes al último, no vistas informal. Acostumbrado a una vida llena de restricciones, no fue tan difícil seguir el reglamento de su hogar.

El Instituto en donde estudiaba, también tenía sus tantas reglas que hacían a sus compañeros quejar. No celulares, no juegos, no ropa diferente al uniforme, pantalones rectos y a los tobillos, faldas debajo de las rodillas.

Night View |Xicheng|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora