«¡Arremeted, troyanos de ánimo altivo, aguijadores de caballos!»

Začať od začiatku
                                    

La furia me carcomió.

Habían sido varios los episodios sexuales que Apolo y sus acompañantes habían protagonizado en el salón de la casa que Diane, él y yo compartíamos. Al parecer mi amiga veía completamente normal que su hermano utilizase el salón como escenario para distraer a su compañía, ya fuese masculina o femenina, pero a mí me parecía una falta de respeto absoluta. No tenía ningún problema en que Apolo llevase a sus ligues dónde quisiese, pero no podía estar de acuerdo con que utilizase el sofá en el que todos veíamos la televisión como lugar para sus escarceos sexuales.

Avancé por el pasillo como una fiera, preparándome mentalmente para la imagen que iba a aparecer ante mis ojos.

—¡Apolo! —ladré—. ¡Cómo hayas vuelto a traer a alguno de tus ligues aquí, te juro que no respondo! ¡Eres un maled...!

Mis alaridos murieron en mi garganta cuando atravesé la puerta del salón.

No me había equivocado al pensar que Apolo estaba acompañado, pero sí lo había hecho al imaginar que sus acompañantes estarían medio desnudos. Había tres personas con él en el salón: dos mujeres y un hombre, quienes me devolvían la mirada con absoluto interés. Mis ojos recayeron al instante en una quinta persona en la que no había reparado hasta ese momento.

Una sonrisa sincera se extendió por mi rostro al ver a mi mejor amiga de vuelta. Se abalanzó sobre mí, envolviéndome en un fuerte abrazo. La cotidianeidad del acto me reconfortó al instante. Y es que Diane podría ser la diosa griega de la caza, pero también era mi mejor amiga.

—Ella es Sophie —anunció Diane tras romper nuestro abrazo y colocarse a mi lado.

—La simpatía, la dulzura extrema y el apocamiento son tres de sus virtudes más reseñables —comentó Apolo con sorna, ganándose una mirada furibunda por mi parte.

Diane miró a su gemelo de reojo con reproche, pero no comentó nada al respecto.

—Soph, ellos son...

No me resultó difícil identificarles.

—Sé quienes son.

La mujer que se apoyaba contra el respaldo del sofá era alta y esbelta. El cabello castaño caía por su espada como una cascada, enmarcando un rostro extremadamente perfecto. La gracilidad que dominaba sus movimientos y el brillo sabio y fiero de su mirada, junto a la armonía que destilaba su presencia, confirmó mis sospechas. Recordé la información que había leído en internet sobre la hija partogenética de Zeus, nacida de su frente ya completamente armada.

Atenea.

El hombre estaba de pie junto a la mesa del comedor, ubicada en uno de los laterales de la estancia. Su piel morena cubría unos músculos de acero y un aura salvaje envolvía su cuerpo, dotándole de una apariencia aterradora. Me sonrió con simpatía cuando nuestras miradas hicieron contacto. A pesar del gesto amable, supe que podría matarnos a todos sin pestañear.

—Así que tú eres la humana a la que todos quieren matar —comentó como si nada. Su falta de tacto avivó mi recelo—. Te imaginaba diferente. Más alta, quizás.

Me dispuse a contestar, pero Apolo se me adelantó:

—No necesita ser más alta para ser insoportable —convino mi protector en tono burlón, ganándose otra mirada iracunda por mi parte en la que, como era de esperar, ni siquiera reparó—. Eso puedo asegurártelo, Ares.

—Tienes los ojos de tu padre.

Miré a la propietaria de aquella afirmación con sorpresa. En otra situación le habría preguntado el motivo de su apreciación, ya que era imposible que yo hubiese heredado los ojos de mi padre, puesto que Alesandro no era mi padre biológico, pero en ese momento me resultó imposible replicar a causa del asombro. Si la belleza del resto de dioses era reseñable, la suya rompía los cánones establecidos.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now