Capítulo 23. Claridad

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Hace mucho que no pensaba en ella.

Ni siquiera la había visto desde que lo abandono con sus abuelos, cuando tenía apenas ocho años..., ¿entonces porque sentía aquella opresión en el pecho?
—Entiendo, ¿me puede dar unos minutos y le regreso la llamada? - el agento acepto y Franco tuvo que detenerse un momento para asimilar lo que le acababan de decir.

"Mi madre esta muerta, ahora no queda nadie de mi familia... estoy solo", pensó mientras permanencia inmóvil a un lado del elevador.

No es como si pudiera recordar mucho de ella, o de cualquiera de sus padres; lo único que sabía era que fueron unos borrachos y drogadictos que la habían "cagado" al traerlo a  este mundo.
Repentinamente sintió la necesidad de fumar un cigarrillo.

Después de cinco años sin tocar uno.

Suspiro.
En ese preciso momento se sentía invadido por una oleada de sentimientos encontrados.
No quería saber nada de esa mujer...
Pero era su hijo, y al final de cuentas el ultimo familiar vivo que quedaba para tomar una decisión sobre sus restos.
¿Qué le parecería si le pagara con la misma moneda y la abandonara como ella había hecho con él, dejando que se pudriera en una fosa común?, ¿Le gustaría pasar el resto de la eternidad debajo de la fría tierra, amontonada y revuelta junto con los restos de decenas de desconocidos? Sin cariño, respecto o en el recuerdo de alguien.

Como si nunca hubiera existido...

—Oh Dios mío, Franco, ¿Estas bien? - pregunto Danna, mirándolo con preocupación.
—Si, ¿Por qué lo pregunt...- se sorprendió al ver su reflejo en el espejo del ascensor: estaba pálido y su expresión era la de un hombre destrozado.
Demonios.
No parecía la mejor idea presentarse así a trabajar.
—¿Algo te paso?, ¿Te sientes bien? - pregunto de nuevo Danna, sorprendida de encontrar a Franco con una expresión tan devastada. Usualmente lucia como un hombre saludable y tranquilo, casi nada lo perturbaba. Debía haber pasado algo realmente grave para que su compañero estuviera en tal estado.
—Me acaban de avisar que mi madre murió-respondió finalmente.
Danna se llevo una mano a la boca, conmocionada.
—Realmente lo siento mucho- le dio el pésame —ahora entiendo porque estas así. Toma el resto de la semana, no te preocupes. Yo me hare cargo de lo que se presente en la oficina, sé que Victoria comprenderá...
—No es necesario. Solo necesito un par de días. La verdad es que no era muy cercano a mi madre, solo necesito ir a hacer los tramites correspondientes y el miércoles me podre presentar a la oficina a trabajar- respondió el pelinegro.
—Pero Franco, aún así no deberías venir tan pron...
—En serio, no hay problema- trato de convencerla —no veía a esa mujer desde hace mucho. Solo me ausentare lo necesario. Prometo que estaré bien- dijo con el semblante ya más tranquilo.
Danna acepto la petición del pelinegro.
Era su decisión después de todo.
—De acuerdo. Entonces ve, no te preocupes por el trabajo. Soluciona lo que tengas pendiente... y Franco, realmente lo siento. Espero que todo salga bien- le reitero su apoyo, y después volvió a la oficina de la Victoria
Franco por su parte se dio la media vuelta y entro al elevador, esta vez para salir del edificio.





Héctor Sánchez había sido un hombre nacido y crecido en un pequeño pueblo de Michoacán, el cuál Franco aunque escucho el nombre alguna vez por parte de sus abuelos, no podía recordar.
Se había movido a la Ciudad de México apenas cumplió la mayoría de edad.
Trabajando en la albañilería, carpintería y los trabajos que se le presentaran, dedicaba casi todo su sueldo a embriagarse con sus amigos los fines de semana. Una costumbre adquirida y heredada al observar a su padre y tíos hacer lo mismo en su natal pueblo.
Tenia veinte años cuando en una fiesta de la colonia donde rentaba, conoció a una mujer muy hermosa; morena, de corta estatura pero con buen cuerpo. Héctor se había prendado de esa joven con tan solo conocerla.

El mayordomo y la princesa de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora