Hay personas con las que conectas, a las que miras a los ojos y sabes que tenía que suceder, que debías conocer, que debía ocurrir, y no se si sea el destino o una estupida casualidad, pero no concibo una vida en la que no existas, no quiero y me re...
Ya saben para mejorar experiencia una canción por ahí jajaja.
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—Diane, ¿Qué haces? —pregunto confundido.
—Por favor. —rogué con un puchero en mis labios. —Hare lo que sea. —pasé la varita por el valle de mis pechos y sonreí. —Lo que sea.
Como si hubiera apretado un botón que al parecer desconocía, su mirada cambio y mientras se relamía los labios se acomodaba en la orilla de la cama colocándose con ambas piernas abiertas frente a mí.
—Ponte de rodillas-asentí acercándome a él quedando enfrente de la cama, hice lo que me pidió y sonreí.
Pase ambas de mis manos desde sus rodillas hasta su entrepierna sin tocarlo realmente mientras me levantaba acercando mi cara a la suya, con una mano tomo mi mejilla e inclino su cabeza juntando nuestros labios.
—Me vuelves loco. —negó tomando mi mentón. —Pero tengo que admitir que verte con esa capa me pone mucho. —volví a sonreír. Desvísteme. —asentí.
Me senté en mis talones y lentamente desabroche su pantalón, con su ayuda lo baje hasta sus tobillos y volví a subir mis manos acariciándolo sobre el bóxer.
—¿Que tengo que hacer?. —lo mire inocente. —Profesor. —murmure lentamente provocando un jadeo de su parte.
—¿Te has portado mal? —asentí—¿Qué tanto?
—Muy mal. —dije mientras mordía mi labio inferior. — Quizá hechice a alguien... a propósito. —sonreí
—¿Ah sí? —asentí. — ¿A quién?
—A alguien mayor. —murmure. — Muy guapo. —recargue ambos de mis codos en sus rodillas y levante la mirada hacia él. —Pero creo que no funciono. —hice un puchero.
—¿Por qué lo dices? —frunció el ceño pasando su dedo índice por mi mejilla.
—Por que la que termino enamorada fui yo. —conteste.
—¿Y quien es al que trataste de hechizar? —levanto una ceja y reí.
—Al profesor Longbotton. —mordí mi labio sonriendo y agrando sus ojos molesto.
—Dame la varita. —ordeno.
—¿Por qué? —fruncí el ceño.
—Porque yo lo digo. —bufe entregándosela. —Yo no se en que momento te dije que te podías detener. —coloco la varita en mi cuello.
Asentí y seguí acariciándolo sobre el bóxer, lo comencé a bajar y volvió a levantarse un poco para bajarlo por completo, solté un suspiro al verlo erguido frente a mí.
—Sabes que hacer. —asentí.
Me enfoqué en su punta la cual estaba roja y un poco brillosa de su excitación, lentamente y sin despegar mis ojos de los de el pase mi lengua por el medio y vi como su abdomen se contrajo.
