Capítulo 7 - La Semilla y El Agua.

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"Sembrad una pequeña simiente de rebeldia y determinareís una cosecha de libertades"

- Práxedis Guerrero.

El Infierno es... tan indescriptible. Estar en él solo libera tus peores pesadillas, tus peores culpas, cada error que cometiste lo revives una y otra vez, es imposible escapar de eso a menos que mantengas una cordura total en tu alma.

Asi fueron mis primeros años en el infierno, junto a Semyazza y Azazel, cada quien tuvo su camino hacia su calma, siendo yo el primero en lograrlo.

Ellos dos se ven como unos simples ángeles, comunes y corrientes, pero por alguna razón, yo solo irradio luz, mucha luz, pareciera que la oscuridad del infierno jamas me tocara.

Hubo algo que llamó mi atencion de repente, era alguien llamandome, "Lucifer... Lucifer". Miraba a todos lados y no veia a nadie. Pero en ese momento, justo detrás mio estaba mi Hermano Mayor.

—¿Qué haces aquí, hermano? ¿por qué no te afecta el infierno a ti? 

—Hola, pequeño, no me afecta porque soy el mas poderoso, ¿lo olvidaste?

—¿Solo viniste a presumir? ¿Qué es lo que quieres? ¿Humillarme mas, acaso? Te destruiria ahora mismo si pudiera, creí que estabas de mi lado, pero solo me diste la espalda, dejaste que nuestro padre me mandara aquí a sufrir.

—No vine a pelear contigo, hermanito, mucho menos a que empieces a desahogar tu enojo conmigo.

—¿¡ENTONCES QUÉ QUIERES!? —Llegó el momento...
—¿huh?
—Mira a tu alrededor.

De repente, yo deje de estar en el Infierno, estaba en un lugar muy hermoso, repleto de animales, plantas, agua, ¿Qué era este lugar? Pero no tarde mucho en darme cuenta de donde estaba.

—Mira hacia alla, no estaras mucho tiempo aquí. Estas aquí porque te lo permito.— me decia mi hermano, admirando algo que estaba sucediendo

Giré la cabeza y pude ver a dos criaturas aparecer desde una luz, esa luz, era mi padre.

—Hermano, ¿Qué son ellos?
—Ángel, te presento a nuestros hermanos, Adán y Lilith. —¿Lilith?... —Mi alma sintió una atraccion hacia ella.

Estaba impactado, eran nuestros hermanos por fin, ahí, aquellos que no debian nacer como lo acaban de hacer, se veían totalmente desconcertados, casi tanto como yo lo estaba.

—Hijos mios...— se escuchaba la voz de Dios en todos los alrededores, pareciera que el desconocía que nosotros estabamos a unos cuantos metros; no le di importancia alguna.

—¿Padre? — Respondió Adán.

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