Acto 8: El Caebiru - XXXI

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Me desperté con brusquedad y solo pude aferrarme al brazo que me rodeaba y me mantenía sentada en el suelo con cuidado. Tardé en ver que era Lehaké quien me abrazaba con dulzura. Estaba arrodillado a mi lado y yo sentada en el suelo, con el costado apoyado en su pecho. Busqué en mí misma la herida de la espada que Lucifer debía haberme producido en el pecho, pero no la encontré.

De hecho, mi cuerpo volvía a ser de energía sólida. Me miré los dedos un instante, sorprendida por volver a verlos así, y luego alcé la vista hacia Lehaké, que me sonrió con dulzura. Él si tenía labios y su rostro era el de siempre. Traté de orientarme, porque estaba perdida.

Recordaba la batalla y había muerto, ¿no? Lucifer me había atravesado el pecho con su espada un instante después de que yo le hiciera lo mismo a él. Recordaba su vida apagándose. Y a Lehaké abrazándome.

Pero no estábamos en la Tierra. No necesité que me lo dijera para verlo. El cáliz dorado que tenía ante mí y las parcas paredes blancas que nos rodeaban.

Era el Caebiru.

―¿Qué has hecho, Lehaké? ―pregunté horrorizada al entender por qué estábamos justo en esa sala―. ¡Yo debía morir! Era mi destino, morir junto a él... Así nuestra magia no dañará a nadie más.

―Claro que no. Estoy harto del destino, Shey. No voy a permitir que tu destino sea la muerte, porque no es justo. Lo que te han hecho no es justo, pero crearte para matarte es una crueldad que jamás permitiré. Vivirás y seguirás luchando.

Lloré contra su pecho. No estaba segura de por qué, si por las ganas que él tenía de que siguiera viva o por desearlo yo también con tanta ansia. Tardé mucho rato en conseguir calmarme, y él no dejó de acunarme contra su pecho en todo el tiempo.

―¿Cómo tienes cuerpo en el Caebiru? ―pregunté entonces, al percatarme del detalle cuando estaba aferrada a su camiseta oscura.

En el Caebiru no había cuerpos y, por lo tanto, no había ropa. Los caenunas estábamos hechos de energía pura sólida, no hacían falta cosas tan... humanas. Pero Lehaké tenía su aspecto habitual, cuando en teoría los cuerpos humanos no podían cruzar la barrera del Caebiru.

―El Primero murió ―me explicó, apretando un momento los puños en torno a mi cuerpo―. Pero no podíamos dejar su energía libre, Shey. Hubiera iniciado otra guerra en la Tierra y en Morkvald por hacerse con un poder tan bestial.

Extendió la mano hacia un lado para enseñarme cómo cambiaba de estado para ser de energía. ¡Podía hacerse un cuerpo! Tardé, de nuevo demasiado, en entender qué significaba eso. ¿Se había hecho con el poder de Lucifer? Me aparte de golpe, asustada por lo que pretendía.

―¿Lo... has cogido? Es... peligroso ―le dije nerviosa, poniéndome de pie y formando mi cuerpo también. No me gustaba ese estado enérgico, me parecía demasiado impersonal.

Lehaké me sonrió con dulzura y negó con la cabeza.

―Solo tomé lo suficiente para poder traerte aquí y... ―Movió la mano humana de nuevo para que lo entendiese―. Si iba a abandonar mi cuerpo necesitaba otra opción.

―¿Lo has hecho por mí? ―Me agité ligeramente, con los nervios acelerándome el corazón.

―Por supuesto. Una parte minúscula del poder del Primero está en mí. Otra está en ti, era necesario para sanarte, y el resto está guardado en la biblioteca. Cuando estés recuperada podrás decidir qué hacer con él.

―Y... ahora ¿qué? ―Le miré y él sonrió un poco. Aunque no tuve muy claro si estaba triste o feliz.

―El Primero pasó por aquí.

Tendió una mano hacia mí que sujeté enseguida, y juntos salimos de la sala. Parpadeé horrorizada cuando llegué fuera. Había cadáveres de caenunas apilados por todas partes. La energía flotaba mirara donde mirase.

―Aún quedan caenunas, pero muy pocos ―me explicó Lehaké―. Me juré que jamás volvería a este sitio, pero no puedo evitar pensar que, de cierta forma, estamos dónde debemos. Es el momento de rehacer el Caebiru como debía ser, Shey.

―Más humano ―murmuré, porque entendí su idea sin problema.

Sabía que aquel lugar de cierta forma era una tortura incluso para los caenunas. Safira tenía esa opinión, por eso odiaba estar allí y hacía el trabajo desde la Tierra.

Y, me dije, que tal vez era posible. Reconstruirlo con una perspectiva más humana y compasiva, menos robótica y fría.

Sonreí ante la idea y apreté los dedos de Lehaké entre los míos.

Sonreí ante la idea y apreté los dedos de Lehaké entre los míos

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Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now