Acto 1: Hay otra forma - I

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No tuve miedo al dejar el Caebiru. Al revés, fue como un paso lógico, necesario. No solo porque tuviéramos que ir a por el Primero. Es que sentía que el Caebiru no tenía nada que ofrecerme. Tenía el conocimiento de todos los caenunas en mi cabeza, todos los libros y escritos del Caebiru estaban almacenados en mí. Entonces, ¿qué más podía aprender allí?

Safira, una de mis creadoras, abrió un portal para que mi ejército y yo pudiéramos atravesar en dirección a la Tierra. De ella, sin embargo, conocía muy poco. Los libros del Caebiru parecían muy poco interesados al respecto y, aunque me había escapado un par de veces para mirarla a través de los cristales del destino, sentía que no podía conocerla en absoluto.

Así que la emoción me embargó mientras dejábamos atrás la pureza del Caebiru y extendía las alas para sobrevolar aquel lugar: la Tierra.

El lugar que había fascinado tanto al Primero como para traicionar a Padre. El lugar que había fascinado tanto a Padre como para descuidar a sus hijos. Un lugar...

Apestoso y gris.

¿Qué tenía de especial? Cuánto más descendíamos más triste me parecía. El sol lo golpeaba con fuerza y, aun así, parecía apagado. No brillaba, no era especial. Solo era... trágico. ¿Por qué había atraído tanto a Padre y al Primero? El Caebiru era mucho más hermoso, brillante y puro. Y, definitivamente, no apestaba de esa forma.

Safira fue la primera en descender, Nilhem se quedó tras de mí. Supe que no me dejarían a mis anchas. Ni aunque Khane, que era el líder de los caenunas y el más controlador, se hubiera quedado en el Caebiru.

Aterrizamos en un sitio tan gris como todo lo demás, que olía a... No, apestaba a humanidad, no hubiera podido definirlo de otra forma. Era diferente de la pureza del Caebiru. Entendí al Primero de alguna manera, mucho mejor que a Padre.

¿Cómo nuestro Padre podía preferir aquella... inmunda humanidad antes que el Caebiru y su pureza, su perfección? Podía verle belleza de cierta forma, me producía curiosidad, claro. Pero aquello parecía caos incluso antes de que el Primero pudiera contagiarlo de maldad. ¿Acaso aquel mundo gris era consecuencia de su primera llegada?

En ese momento pensé que quizá sería mejor dejarle acabar con aquel mundo.

Y, un segundo después, alguien aterrizó delante de mí, lanzando piedras y polvo en todas direcciones. Aquello me «alcanzó», aunque en la Tierra la energía de los caenunas era inmaterial, así que nos atravesó sin más.

Todo el ejército había descendido con suavidad a mi espalda, y Safira y Nilhem se quedaron cada uno a un lado, como dos guardianes que yo no necesitaba. Las alas negras del recién llegado le identificaban como un caenuna de bajo nivel, no sería un problema si su intención era revelarse.

―Ponte con el resto de mi ejército, caenuna ―le ordené con un tono que no admitía réplica y que copié del propio Khane.

Pensé que obedecería sin más. Pero me miró como si yo fuera el ser más raro que había visto en toda su existencia.

―Yo no... pertenezco a tu ejército... ―me dijo, y pese a que debía hablarme con respeto y reverencia, como hacían los demás, me pareció que se controlaba para no reírse.

¿Pertenecía al ejército del Primero? ¿Tan rápido nos habían descubierto? Estaba a punto de crear un arma en mi mano, cuando el recién llegado habló de nuevo.

―¡Así no! ―nos ordenó, y fue más autoritario que yo.

No entendí de qué hablaba, pero su tono me detuvo un momento. Era un caenuna de bajo nivel plantándose delante de un ejército (pequeño, porque no tenía más de doscientos caenunas a mi espalda, pero un ejército a fin de cuentas), en el que había dos, al menos, de primer nivel, sin contarme a mí, que tenía poder suficiente como para acabar con el Primero. ¿Y lo único que se le ocurría era darnos una orden?

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora