VII

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―Hay algo.

Lehaké se recostó en la silla de nuevo, mucho más relajado y se pasó las manos por el pelo, desordenándoselo. Echó un rápido vistazo alrededor entonces. Algunos humanos nos miraban, supuse que habíamos gritado más de la cuenta, pero me daba igual. Necesitaba respuestas.

―¡Dilo de una vez! ―me quejé, inclinándome hacia delante ansiosa.

―Bueno, no es que haya estado perdiendo el tiempo, ¿sabes? Hace años que sospechábamos que el Primero se liberaría, así que estuve investigando. Pensé que si descubríamos cómo le encerraron la primera vez, podríamos volver a hacerlo.

―Yo no quiero encerrarle... ―musité―. Quiero matarle.

―Lo sé. Pero ¿y si hubiera una manera de encerrarle para siempre?

―Es imposible. Ni siquiera Ketiel pudo cerrar el sello para siempre...

Lehaké se mordió el labio y volvió a pasarse las manos por el pelo negro. El sol brillaba sobre él con tanta fuerza que lanzaba destellos que me distraían ligeramente. Lo harían más si no estuviera tan interesada por lo que tenía que decir.

―¡El sello no se habría roto jamás si los caenunas no hubieran matado a Ketiel! ―me dijo enfadándose―. ¿Eso lo sabes?

―Sí. Y no le mataron, le recombinaron. Sus ideas eran peligrosas.

―Por supuesto ―resopló Lehaké―. ¿No ves el patrón? Para el Caebiru cualquiera que piense es peligroso. El Primero, Ketiel, yo, tú...

―No compares ―me quejé―. Y ellos no sabían que al recombinar a Ketiel su sello se debilitaría. No podían saberlo.

―Eso crees tú. Yo creo que alguien se cansó de no tener al Primero entre nosotros.

―Volvemos a discutir, Lehaké, pero empiezo a pensar que no tienes un plan.

―No tengo un plan. Tengo una idea.

―Vale, pues dilo.

―Ketiel sabía que cuando volviera al Caebiru le matarían...

―Recombinarían ―le corregí.

―Es un sinónimo de asesinar, Shey, no seas ingenua ―me dijo, con tono de regañina, y luego siguió hablando―. Y como sabía que en cualquier momento sus «hermanos» le asesinarían, se supone que dejó una especie de... manual. Unos escritos, para que cuando el Primero se liberase, pudiéramos volver a encerrarle.

―Oh. Bueno. Es algo ―acepté―. ¿Y qué dicen esos escritos?

―Ya. Ese es el problema.

―¿Cuál es el problema? ―pregunté confusa.

Sin embargo, no pudo responderme porque el chillido más agudo que había oído en mi vida me ensordeció un instante y, acto seguido, una humana de lo más común se lanzó sobre el regazo de Lehaké, que la miró sorprendido un instante antes de esbozar una sonrisa enorme. Una que me distrajo del «ataque» que estaba sufriendo, aunque se le veía de lo más cómodo. Pasó los brazos en torno a la cintura de ella, que le hizo algo asqueroso en la cara. No tuve muy claro si le estaba chupando, porque no podía verlo bien.

―Hola, Joyce ―le dijo él, entre babeo y babeo.

―¡God! ¡Creí que estarías muerto, idiota! ―le gritó ella, separándose lo justo para verle.

―¿God? ―pregunté curiosa (y asqueada, un nuevo sentimiento que no me gustó nada).

La humana se separó lo justo de él para mirarme cuando lo hice. Y yo no tenía ni idea de humanidad, pero lo sabía todo de la guerra y aquella mirada era una declaración de intenciones en toda regla. ¿Qué pensaba hacerme esa boba humanita? ¡Yo era un arma destinada a acabar con el Primero! Ella no era rival para mí, pero me miró como si me estuviera perdonando la vida. Luego me ignoró sin más y volvió a centrar su atención en Lehaké.

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ