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Dejé de llorar en el acto. Tampoco hubiera podido decir si fue por la sorpresa o porque la ira volvió a quemarme por dentro. Busqué la espada a mi lado y cuando mis dedos se cerraron en torno a la empuñadura, me lancé contra él.

El Primero sujetó mi muñeca sin dificultad y apretó mi cuello con la mano libre. Le golpeé en el brazo para que me soltase, pero fue como luchar contra un muro impenetrable. Apretó más fuerte y el mundo se desdibujó a mi alrededor brevemente.

―Hola, Sabryem ―me dijo muy bajito―. Me alegro de verte, pequeña.

―¿Q-qué...? ―Traté de hablar, pero me agarraba tan fuerte que era imposible. Pareció notar el problema, porque aflojó el agarre, aunque no me soltó―. ¿De qué hablas?

―No importa. ―Compuso una sonrisa que me pareció triste y miró alrededor un momento.

Traté de empujarle de nuevo, pero me apretó más fuerte una vez más y me alzó del suelo. Pataleé, pero de pronto mi cuerpo parecía no funcionar correctamente.

―S-su... ―intenté hablar, pero me miró con fiereza y agitó la mano con la que sujetaba la espada hasta obligarme a soltarla.

―¿Por qué te empeñas en pelear contra mí? ―preguntó, enfadado―. ¿No ves que podríamos reinar juntos, Sabryem?

Usé la mano libre para darle un puñetazo en la cara, usando todas las fuerzas que pude reunir. Eso pareció cabrearle más, aunque apenas conseguí girarle la cara. Me lanzó con fuerza hacia un lado. Volé unos metros y luego me choqué con la pared en llamas del edificio y rodé dentro de este.

El fuego quemó mi brazo y tuve que moverme a toda prisa para evitar que las llamas siguieran lamiendo mi cuerpo. Dolía un infierno y no pude evitar un grito mientras volvía a salir al patio. Él seguía allí. Miraba tan tranquilo el fuego, como si la cosa no fuera con él. Hice aparecer otra espada y corrí en su dirección.

―¡Me llamo Shey! ―le grité mientras daba un espadazo.

Nuestras armas chocaron, haciendo mucho ruido. Ni siquiera le vi invocar su espada. Un segundo antes no la tenía en la mano. Volvió a sujetarme la muñeca con un gesto ágil. Dejé caer la espada y la recogí con la otra mano. No le di tiempo a procesarlo. Clavé. Y no atravesé nada. Quiero decir, él estaba ahí y la espada ocupaba el mismo lugar exacto, pero era como si de pronto fuera inmaterial, fantasmal. Sujetó mi otra mano y me quitó el arma. Estaba tan impresionada que me dejé hacer.

―¿No te parece que nuestros destinos están conectados, Shey?

Me dirigió una sonrisa tranquila, sin prisa. No peleé contra él, su tacto me provocó un cosquilleó y no quise librarme de eso, era agradable de alguna manera. Pese a que me dije que estaba mal, que debía matarle, dejé de luchar contra su agarre.

―Tú eres el Primero, yo la Última. Y acabaré contigo ―le dije, con mi lección tan bien aprendida grabada a fuego.

¿Qué se podía hacer contra algo así? Yo había nacido para eso. Era el único destino que podía existir para nosotros. Sugerir otra cosa no era solo absurdo, era un insulto.

Me olvidé de la hostilidad de golpe. Sus ojos me atraían y me hipnotizaban, y ni siquiera hubiera sabido decir de qué color eran. ¿Azules como los de los caenunas? ¿Amarillos como los míos y los de ese vampiro que me había atacado? Alzó la vista de golpe y fue la primera vez que nuestros ojos se despegaron en lo que me pareció una eternidad.

Salí del trance un segundo después para entender qué le pasaba. Safira y los demás caenunas se acercaban por el cielo. El Primero debía haber atacado justo en ese lugar para atraerla. O quizá la estaba buscando. Incluso Lehaké dio con ella allí. Safira parecía demasiado previsible.

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now