XI

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―¡Samantha! ―Lehaké y el rubio gritaron a la vez y los tuve encima en un suspiro.

La pelirroja entreabrió los ojos de nuevo cuando el rubio la cogió de entre mis brazos y la levantó entre los suyos.

―¡Deja de hacerme eso! ―le gritó él―. Me vas a provocar un infarto, Samy.

―Hola... ―murmuró ella, acariciando su mejilla con una mano y una sonrisa atontada.

Yo me aparté un paso, incómoda. No tenía ni idea de qué había hecho la tal Samy. Era como si me hubiera pasado su energía vital de alguna forma. Me pareció similar a lo que yo había hecho para matar a esos caenunas, pero con ellos no me había recargado. Ella canalizó su magia para entregármela y yo simplemente disipé la de ellos.

―¡Tú ―el rubio gritó a alguien sobresaltándome un poco y sacándome de mis pensamientos― llama a Dominic y Zacarías, ahora! Y como se os vuelva a colar un puto caenuna hasta la cocina, os juro que el Primero será el menor de vuestros problemas ―los amenazó sin gritar, pero con un tono peligroso y mortal.

Me gustó. Parecía muy capaz de dirigir a un ejército. Y todo ello sin soltar a la chica, que apoyó la cabeza en su hombro y se adormiló un poco, o eso me pareció. Luego entró en el edificio que teníamos delante.

―¿Qué te ha pasado? ―me preguntó Lehaké, haciéndome un gesto para que le siguiera dentro del edificio.

Perdimos de vista al rubio y la chica y me llevó a una sala grande con una mesa alargada. Cerró la puerta tras nosotros. Supuse que quería intimidad para hablar.

Agaché la mirada y me pasé la mano por el pelo irregular. No me gustaba el nuevo sentimiento que me invadía. Era horrible. Tuve que tomarme un segundo, apretando los labios, para conseguir hablar. Aunque no alcé la mirada del suelo.

―Encontré al Primero. Estaban atacando ese sitio, donde los niños. ¡¿De qué sirvió que los salvases, Lehaké?! ―Alcé la vista aguada. Me temblaba la voz y los labios. Me sentía fatal―. Traté de salvarlos, pero...

Sus ojos azules me recorrieron la cara y, de pronto, estaba entre sus brazos. Lloré escondiendo la cabeza en su hombro. Los sollozos que escapaban de mi pecho eran desesperantes, desgarradores. Temblé contra él, que se limitó a acariciarme la espalda.

―Ya está, Shey. Estoy seguro de que hiciste todo cuanto pudiste.

―¡¿Y de qué sirvió?! ―le grité, empujándole del pecho para liberarme. No quería consuelo, quería que aquel horrible sentimiento desapareciese de mi pecho―. Perdimos una noche por buscar cuerpos mejores y los niños han muerto igual. Si hubiéramos cogido sus cuerpos, podríamos haber llegado a tiempo aquí para la pelea con él. No has salvado a nadie, Lehaké.

Él dio un paso atrás, como si le hubiera golpeado. A mí se me escapó otro sollozo. Quería calmarme, pero no era capaz.

―Y entonces, ¿decidiste que matar a Samantha era la mejor opción? ―preguntó, apretando los dientes.

―¡Fue él! El Primero ―expliqué, secándome las lágrimas con un manotazo―. Me dijo que era un cuerpo óptimo y pensé que sería buena idea. No sé. Es extraño. Sentía como que no podía pensar que fuera mala idea... Sonaba tan lógico... ¿Y ahora?

Se apartó más de mí y se sentó sobre la mesa. Fijo su mirada en algún punto del techo. Me pregunté si estaría rezando a Padre, o algo parecido. ¿Trataría de decidir cómo seguir? Porque a mí no se me ocurría nada. Lo del libro resultó un callejón sin salida y mi cuerpo volvería a deteriorarse. No podía depender de Samantha para que me curase, ni sabría cuánto duraría lo que me había hecho. Se nos acababa el tiempo.

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now