XII

225 39 19
                                    

Aterrizamos tras unas horas de vuelo. Era muy confuso, porque volábamos rápido y en dirección contraria al amanecer, así que aunque cuando despegamos era de día ya, cuando aterrizamos estaba amaneciendo. Y Lehaké se había negado a abrir un portal.

―Si hacemos magia el Primero nos detectará con facilidad. Si Darah nos va a hacer jugar al escondite, es mejor que nadie sepa lo que hacemos ―me explicó, y sonó razonable―. Volaremos mientras podamos sobre las nubes y cuando no podamos, nos moveremos como humanos. Y prohibido hacer magia.

Quise decirle que él no podía prohibirme hacer nada, pero yo no sabía dónde buscar a Darah y él parecía tener alguna idea más precisa, así que cuando me miró me limité a asentir. Y para aterrizar me llevó a un callejón sucio y apestoso donde asustamos a unas ratas.

Allí se acabaron las alas. No lo dijo, pero lo intuí. Si pudiéramos volar más, habría elegido un destino menos repulsivo, seguro. Me cogió de la mano y salió directo al caos. Al principio pensé que había un ataque en marcha. Luego entendí que esa gente corría con prisa de un lado a otro porque querían, no porque nadie les amenazase.

―Es gracioso porque en las pelis los ataques suelen empezar por aquí ―me dijo Lehaké, entrelazando sus dedos con los míos.

―No me parece gracioso ―aseguré.

―¿Y qué te lo parece?

Lo pensé un momento, pero Lehaké solía reírse de cosas muy raras. Acabé por encogerme de hombros cuando él paraba un coche amarillo y me hacía subir dentro. Olía casi tan mal como el callejón y el hombre ni nos miró, aunque masticaba con entusiasmo.

―A Battery Park ―le pidió Lehaké al conductor, luego me miró―. ¿Qué te gusta, Shey, además de la comida basura?

Lo pensé de nuevo. ¿Qué me gustaba? Los vehículos humanos no. De hecho, los humanos en general no es que fueran mi cosa favorita, pero ¿qué lo era? Al mirarle otra vez me vino a la cabeza sin ni siquiera tener que pensarlo demasiado.

―Las sonrisas. Me gusta cuando sonreís.

Se quedó parado un segundo y luego sonrió un poco. Su gesto tuvo algo triste, pero pasó un par de dedos por mi mejilla con suavidad.

―Siento haberte insultado... Aquel día en el Vaticano ―explicó, al ver mi cara de incomprensión―. No tienes la culpa de lo que te han hecho. Fui un insensible.

―Está bien. Yo... Quería hacerte daño, también te insulté, pero ni siquiera entiendo esos sentimientos...

―A eso me refiero, que fui injusto porque apenas comprendes tu humanidad.

―¡Yo no tengo humanidad! ―Me moví en el asiento hasta chocarme con la puerta, para poner distancia entre sus estúpidas insinuaciones y yo.

―Ah, ¿no? ―Esta vez se rio―. Y si no tienes humanidad, ¿por qué respondiste a mi beso? Los caenunas no se besan... Dime que no te gustó y aceptaré que eres un caenuna puro.

―Fue curioso ―repliqué, perdiendo la mirada por la ventanilla.

La ciudad parecía gris y atestada, y el tráfico apenas se movía. Me pareció muy agobiante, al menos comparado con la libertad que daban las alas para ir de un lugar a otro.

―Así que tienes un poquito de humanidad.

―¿Por qué te empeñas en insultarme? Creía que estabas disculpándote... ―resoplé, haciéndole soltar otra carcajada.

Por suerte no insistió en ello y el resto del viaje procuré acribillarle a preguntas para no darle tiempo a decir más tonterías. Cuando bajamos del coche, un tiempo que me pareció eterno, tuve que estirarme y todo, porque notaba el cuerpo estúpidamente entumecido.

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now