36. Estorbo

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Preparen pañuelitos ;)

Nos volvemos el lunes por el aniversario de la historia, y con sorpresa incluida! <3 Gracias por el apoyo.

***

Estorbo

Bree

Hace días que solo me muevo de mi cama al baño y viceversa, no más. Me siento cansada, decaída, el cuerpo me pesa, la cabeza me duele, mis párpados no permanecen abiertos más que unos segundos, me cuesta respirar por la invasión en mis pulmones y mi garganta arde.

Estoy enferma.

Desde el día que fui a la guardia del hospital y me diagnosticaron, mamá no ha vuelto a trabajar. Lleva una semana en casa, al igual que yo con el virus en mi organismo, y solo sale a comprar comida y medicamentos. Pasa todo el día conmigo, controlando que la fiebre no vuelva a subirme tan súbitamente como el otro día, que me llegó a más de cuarenta grados y no podía hacerla bajar con nada hasta que una de sus compañeras enfermeras pasó por casa y trajo un analgésico más potente del que ya venía tomando. La calma, entonces, llegó a mí, pero no a todos.

Acurrucada en la cama, puedo escuchar como la temperatura vuelve a subir en el living-comedor, haciendo que el termómetro explote. El mismo escenario de gritos se repite noche tras noche en la sala.

—Me tienes cansado con las excusas, Katja — espeta mi padrastro, el padre de Flora. Intuyo que ella está durmiendo en el cuarto continuo al mío y no está oyendo la nueva pelea. —. Tu hija tiene quince años. ¡Quince! Está bastante grandecita como para que andes desvelándote por las noches para tomarle la fiebre y darle las pastillas; que se ponga una alarma en ese celular que tiene y que lo haga ella.

—Está enferma, Orland. No tiene fuerzas ni para correrse el pelo de la cara, ¡¿y tú pretendes que venga a buscarse las cosas?! — le inquiere. Puedo imaginármela yéndole de frente, porque mamá es combativa, guerrera, con sus brazos cruzados y el ceño fruncido por la ridiculez que acaba de salir de la boca de su pareja.

—Son todas excusas, Katja — bufa. — ¿Cuánto te cuesta dejarle las pastillas en la mesa de luz y venir conmigo a la habitación un rato? Hace meses que no...

—Tengo que cuidar a mi hija.

—Siempre tu hija. Y si no es ella, es el trabajo — se le queja. —. Te importan más esas dos cosas que nuestra relación, como si esto no significara nada para ti... — silencio. — Ya veo: no te interesa un carajo. ¡Un carajo te importa lo nuestro! — se contesta a los gritos.

—No es así.

—Sí, es así — afirma con contundencia. —. Te importo un carajo igual que a los veintiún cuando mataron a ese idiota y te enteraste que estabas embarazada.

¿Qué? ¿Orland y mamá se conocían incluso desde antes de que yo comenzara a formarme en su vientre?

—No digas mentiras.

—No son mentiras, Katja — replica. —. Yo te avisé que lo nuestro no funcionaría si ese engendro nacía...

—¡No hables así de mi hija! — solloza, y algo de agua también se acumula en mis ojos, pero a él no parece importarle porque continúa.

—Te dije que la mejor solución era que abortaras para que tu vida no se arruinara, para que no te condenaras a vivir encadenada a un error para siempre, para que lo que estábamos iniciando prosperara sin fallas de por medio...

—¡Mi hija no es ninguna falla! — ahora es mamá la que, entre llantos, grita. — ¡No es falla, no es error, no es nada de eso! Breena es vida, mi vida, porque fue la única que me devolvió la luz después de que mataran a Pharel y la policía inepta no pudiera dar con los culpables. Sabes que había perdido la fuerza por todo: ya no quería terminar con la carrera, ya no quería seguir con el trabajo, menos con mi vida, pero enterarme que Breena estaba en mí fue un volver a abrir los ojos. Un volver a vivir — su voz flaquea en las últimas palabras por la emoción. Por ella, unas lágrimas corren por mis mejillas.

Soy luz en su vida y ella lo es en la mía. La una es el brillo de la otra y alumbramos los caminos de cada una que, en realidad, son el mismo. El mismo por el que vamos juntas, de la mano, como siempre hemos andado.

Pero en este sendero también existen monstruos ególatras que solo piensan en ellos y nadie más. Solo piensan en su conveniencia y en lo que a ellos les viene bien; si no se da o no es así, no vale.

—No, Katja. Ella no te trajo vida, sino ruina y más dolor — corrige lo que dijo mamá y lo escucho tomar aire. —. Desde hace más de quince años que vives llorando por el dolor que te genera haber perdido a Pharel. Eso porque seguiste con el embarazo de la pendeja; si no lo hacías, ahora estarías mejor, sin tanto sufrimiento de ver al calco del imbécil cada día cuando te levantas y cada noche cuando te vas a dormir. Estás ciega, Katja, porque sino es imposible que no puedas ver el estorbo que Breena es en tu vida, transformándola en la peor de tus pesadillas.

Esa fue la primera vez – y única hasta ahora – que las palabras de una persona me trataron como el estorbo en la vida de alguien más. En esa ocasión, me dolió poco lo que dijo Orland sobre mí porque él no conocía mi historia – y sigue sin conocerla –, ni tampoco le interesaba saber acerca de la de mamá, de sus sentimientos y emociones. Lo único que le importaba era tenerla para él y nadie más, dejando de lado incluso a su propia hija; solo le importó Flora cuando se separaron y llamó a abogados para pedir la custodia compartida.

Ahora, dos años y nueve meses después de aquella noche de gritos, cuando recibo las últimas palabras que Zeph dice en el corredor, sí siento que soy un estorbo en la vida de alguien. En la de él, precisamente. Y me duele.

Me duele y destruye muchísimo notar la traba que soy en la vida del castaño cuando creía que era todo lo contrario.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora