20. Molestia

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Molestia

Bree

No es algo de otro mundo que la ex pareja de mamá, el padre de Flora, me deteste.

Los años que estuvieron juntos, que fueron como cinco, él siempre me tuvo entre ceja y ceja; le molestaba muchísimo que estuviera alrededor de mamá siempre que ella tenía su día libre del trabajo, acaparando yo más su atención que él y sus intentos fallidos de querer que hicieran "cosas de adultos" en la habitación. Y cuando se separaron, justo después de que mi hermana cumpliera dos años de edad, le siguió molestando absolutamente todo lo que yo hiciera o no.

Pasados casi dos años y medio de eso, seguimos igual. Le irrita todo movimiento que Breena Sanders, alias yo, haga.

Hoy no es la excepción.

—¿Por qué no estás en el departamento? — me espeta cuando, muy a mi pesar, atiendo su llamada. Había dejado pasar las dos primeras, haciendo que llegaran al buzón de voz, pero me agotó tanto su insistencia que le di al botón verde antes que se le ocurriera seguir marcando mi número y me molestara toda la tarde.

Y claro que tener buenos modales nunca estuvo de su lado. En serio, ¿quién arranca a hablar sin decir «hola» o «buenos días, buenas tardes»? Respuesta: él.

—Hola — le enseño mi buena educación y prosigo —. Salí a resolver unos asuntos de la escuela.

¿Darle más explicaciones? No, ni que fuera mi madre. Ella ya las tiene, por lo que dio completo acceso y libertad para que saliera esa tarde de jueves a comprar, junto con mis amigos, la decoración para el baile de primavera.

—Tienes que volver — me indica en tono autoritario, pero no alcanzo a abrir la boca porque él se adelanta —: estoy con Emma en la puerta del departamento, y tu madre no está ni tampoco me atiende el teléfono; me da automático con la casilla.

Deberías saber que, cuando lo apaga, significa que le surgió una urgencia en el hospital, pienso. No se lo digo.

—No puedo.

—¡Tienes que venir! ¡Emma no se puede quedar sola! — grita, y temo por cómo se debe estar sintiendo la pequeña.

¿Quién es la pequeña? Emma... y Flora.

Emma Flora. Así se llama mi hermana.

El hombre nunca estuvo conforme con la idea de que yo eligiera el nombre de mi media hermana, por lo que hizo todo lo posible para que mamá cambiara su parecer y accediera a ponerle el nombre que él quería, sin embargo, ella no se lo permitió. Desde el cuarto mes llamó Flora, Flori, Flor al embrión que tenía en su vientre y no lo iba a cambiar ya a pocas semanas de parir solo por un capricho de su pareja.

Y como él no estaba conforme con ello, no tuvo la mejor idea que dejar disconforme a mi madre, para que ambos estuvieran en igualdad de condiciones.

¿Qué hizo? Ponerle el nombre que él quería, Emma, en el primer lugar y el que mamá y yo queríamos, Flora, en el segundo, con el fin de lograr que todos la llamaran por el primero y que, llegada la época en donde los segundos nombres generan vergüenza, ella la sintiera. No obstante, eso nunca va a ocurrir porque la gran mayoría de las personas que tratamos y vivimos constantemente con la niña la llamamos Flora, mientras que Emma solo lo usa su padre y su nueva familia.

Y eso, obviamente, le molesta.

—Que vaya a tu estudio y en un rato la paso a buscar, o va mamá si sale antes.

—Mi lugar de trabajo no es ninguna guardería, Breena.

—Lo siento — me disculpo con sinceridad, porque no hay otra cosa que pueda hacer —. Pasaré apenas me libere.

—No — brama —, acá no hacemos lo que tú dices, sino lo que digo yo. Si te digo que vengas con tu hermana, vienes, y si no quieres, lo haces igual. Acá el mayor soy yo, y se hace lo que yo digo. ¿Entendido? Me importan un bledo tus asuntos, tú tienes que...

Un nudo de cólera se instala en el centro de mi garganta. Él no es nadie para darme órdenes, menos cuando...

—¡No puedo! — estallo, con mis ojos algo aguados. — ¡Y que se te grabe de una vez! Si tienes que resolver algo de Flora, lo hablas con mi madre, no conmigo. Yo no tengo nada que ver contigo como para que me llames cada vez que no puedes coincidir con ella. Soluciona tus asuntos como adulto y déjame en paz.

Cuelgo sin más.

Mi pecho sube y baja acelerado y mi respiración es irregular. Me cuesta unos cuantos segundos volver a la que era antes de que aquella escoria me llamara.

—¿Estás mejor?

Es Zeph el que me lo pregunta. Estamos hace más de cuarto de hora esperando por Sunny en la esquina del centro comercial. Intentamos comunicarnos con ella, pero no conseguimos nada. Tiene el teléfono apagado, igual que mi madre.

Le asiento e instantáneamente mi ceño vuelve a fruncirse cuando el ringtone de llamada de mi celular vuelve a sonar. ¿Acaso no entendió lo último que dije? Lo mandaré bien a la...

Y comienzo a insultar, pero no es él.

Invitación a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora