15. Puntos

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Puntos

Bree

No soy del grupo de personas que madrugan con frecuencia, sino que pertenezco a ese en el que pasamos hasta el último minuto en la cama. Incluso así, llego a tiempo a todas partes.

Esta mañana en particular, resigné mis minutos de comodidad en mi nido de sábanas calentitas y abrigado cobertor para aprovechar el cambio de turno de mamá y que ella pudiera traerme al instituto, y no tener que esperar al bus en la parada ni gastar dinero en él.

10 puntos para mí por ahorrar, no como Sunny que siempre termina llegando a los negativos en su tarjeta de viaje porque se confunde y no ubica las calles de la ciudad. Para ella, un 0 en localización; aunque tenga la aplicación de Maps en su teléfono, regalarle un GPS para su cumpleaños sigue siendo una de mis ideas estrella.

Otra de esas la concreté hace unas horas.

Aprovechando mi tanto tiempo de sobra antes del comienzo de la primera clase, subí al segundo piso a buscar a Lyla. Sé que ella es como yo: detesta la impuntualidad y se presenta a los lugares cinco – o bastantes más – minutos antes de lo citado, por lo que sabía, sin ninguna duda, que ya podía encontrarla entre los pisos en donde cursamos. Le había enviado un mensaje para saber su ubicación exacta y fue rápida su respuesta: salón de Políticas.

La sonrisa que me regaló apenas vio la idea que Zeph, Sunny y yo habíamos construido para la decoración del baile y el presupuesto que habíamos armado durante el fin de semana, más precisamente el sábado, fue tan grande y llena de emoción que se podía comparar al hecho de conseguir mil puntos extras o una bonificación en un videojuego. Hasta sus ojitos verdes brillaban.

Agradecida por lo eficientes que habíamos sido, prometió que me entregaría el dinero a mitad de semana y que podríamos traer todo a un aula vacía que había en el primer piso, cerca del cuarto del conserje, para ya tenerlo aquí y no andar causando desórdenes en nuestros respectivos hogares.

—Eso es bueno — responde el castaño cuando termino de comentarle lo que hablé con su compañera de Economía mientras almorzamos en la cafetería. — ¿Iremos...?

Su sandwich queda a mitad de camino de su boca y las palabras se esfuman cuando mi mejor amiga aparece corriendo desde las puertas dobles de entrada hasta llegar a nosotros. Indudablemente, por su falta de estado físico, cuando se detiene dobla su cuerpo a la mitad e intenta normalizar su agitada respiración.

—¿Qué pasó? — inquiero.

—Oliver Wood me habló.

—¿Y ese quién es?

—Un chico.

—¿Y?

No entiendo.

Cuando lo dice, siento que el puntaje que llevo acumulado en el juego baja abruptamente a cero y el título Game Over  se visualiza ante mis ojos mientras Sunny celebra la victoria de la partida.

Invitación a volarWhere stories live. Discover now