CAPÍTULO LX

579 131 40
                                    

Los sentimientos comienzan a florecer en un campo desierto, como si una neblina de latidos se esparciera por la superficie

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los sentimientos comienzan a florecer en un campo desierto, como si una neblina de latidos se esparciera por la superficie. Ahora, solamente puedo divisar los colores más brillantes del universo. Ahora y solo ahora, soy capaz de disfrutar cada milisegundo que avanza a mi alrededor.

Estos días contemplé Cloeville de una manera distinta y nostálgica, llenándome de recuerdos emocionales y texturas fugaces. Tal vez de eso se trata la vida.

— ¡Apresúrate, Vania! — exclama Tommy al mismo tiempo que sacude mi brazo.

Me enfoco en la situación y busco entre mis cajones, unos guantes tan blancos como la nieve.

— No deben vivir tan atolondrados, el tiempo es una invención huma...

— ¡Aquí están! — interrumpe mi madre extendiendo bien alto su brazo derecho. Y en su mano, los guantes... tan delicados como la persona que los sostiene — Rápido, rápido.

Y nos empuja para que aceleremos el paso.

Sin dudas, el día de hoy todos se encuentran tan impacientes como la mismísima luna que se asoma a saludarme antes de tiempo, repleta de belleza y armonía. Salimos de casa y le sonrío, para agradecerle su amabilidad de acompañarme todas las noches. 

— ¿Ya están listos? — pregunta John con elegancia, y no solamente en su hablar, sino también en su manera de moverse. Al parecer ese traje incrementa su finura.

Todos asentimos y subimos al carruaje con rapidez. El señor Labrot nos lo brindó como agradecimiento por mi trabajo durante tantos años. O al menos, esa fue su excusa.

Esta vez, toda la familia lleva sus mejores atuendos resaltando en la oscuridad y frente la luz de la luna. Por más que no haya anochecido completamente, las tinieblas comienzan a tomar protagonismo y las estrellas se ven reflejadas en el lago. Y no existe nada más espectacular que eso.

El camino se vuelve aún más corto cuando se viaja en carruaje; personalmente, no es algo a lo que esté acostumbrada. Me encanta caminar y observar mi alrededor durante el trayecto, sin embargo, se hace más fácil y veloz de esta manera.

De pronto, las casas comienzan a ser más abundantes, pasamos por la Iglesia, la escuela, unos caminos algo estrechos... y por fin llegamos. Este año, el evento fue organizado en la residencia Dupont, una extremadamente inmensa y delicada.

John ayuda a bajar a mi madre y a Thomas. Llega mi turno, y extiende su mano gentilmente, empero miro hacia delante y bajo por mi cuenta sin mirarlo a los ojos. No voy a permitir que toque mi mano ni una sola vez.

Con mariposas revoloteando por nuestros estómagos, entramos a la fiesta. Y me impacta la cantidad de personas encerradas en este lugar, como también la variedad de comida y los adornos costosos que decoran todo el espacio.

Nadie se percata de nuestra entrada y me alivia, sobre todo con esa melodía que abraza mis sentidos...

— Buenas noches, señorita Walcott — escucho por detrás a esa voz tan peculiar.

Doy media vuelta y me encuentro con dos esferas brillantes, repletas de un universo diferente.

— Eric, un gusto encontrarlo en este evento — comenta John con un tono agradable, sin embargo, Sin Nombre le lanza una sonrisa sumamente falsa.

Una sonrisa falsa, que aparenta ser genuina.

— Puede ir con Evania si así lo desea, nosotros estaremos por aquí — expresa mi madre y luego arruga la nariz.

Los dos asentimos al mismo tiempo, y logro separarme de esa bestia que consume mis energías.

Alrededor puedo observar rostros conocidos, solamente unos cuantos parecen nuevos frente a mi visión. Y me resulta conmovedor que Cloeville siempre se mantenga de esta manera, como un pueblo diminuto y especial.

De un segundo a otro, noto que Sin Nombre comienza a jugar con sus manos sin parar, y que acomoda su cabello castaño al compás de la música.

— ¿Qué ocurre señor Hamilton? ¿Acaso se encuentra nervioso por el baile? — cuestiono y él ríe.

— Soy un buen bailarín, le recuerdo que mi maestra es la mejor que pueda encontrar en Cloeville.

Y le doy un golpe en el hombro por su comentario. La última semana había sido extremadamente molesta para los dos, me alegra que las cosas vuelvan a ser como antes.

Es así que la orquesta comienza a tocar una nueva melodía, y Sin Nombre toma mi mano para salir corriendo hacia la pista principal. Allí, una multitud arrastra sus pies al ritmo de la música, esta vez en parejas.

De pronto, Lydia Barret y Marc Laborda se posicionan frente a nosotros.

— ¡Qué tal, compañeros! — exclama el joven junto a pasos agigantados, y con Lydia enganchada en su brazo — ¿Desean ir a la pista?

Aquí vamos de nuevo.

— Estamos contemplando el baile — respondo con una sonrisa, y él la devuelve.

Es en ese momento donde recuerdo lo que Sin Nombre me había comentado. Y me causa escalofríos. No puedo evitar darme cuenta que Laborda me observa con atención, y me incomoda como nunca lo había hecho.

— En realidad, quisiera bailar — expresa Lydia mientras despega sus ojos de la muchedumbre.

Increíble.

— Pues bailemos, señores — dice Laborda juntando las manos de la joven y Sin Nombre.

Abro los ojos como dos platos, hasta que el joven de cabello negro se dirige a mí y presiento que mi corazón va a salir de mi cuerpo y corretear hasta el bosque.

— ¿Me concede esta pieza, Evania?

Extiende su mano hacia mí con gracia. Y Sin Nombre mantiene toda su concentración en la situación, esperando mi respuesta y ocultando su nerviosismo por estar tomando la mano de Lydia. La persona a la que estima.

Laborda me estima a mí...

Humedezco mis labios antes de decir:

— Por supuesto.

Y que la noche comience.

Y que la noche comience

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Evania: Un rincón del paraíso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora