—¿Quieres que demos una vuelta antes de que entres a casa?

No me doy cuenta de mis ojos humedecidos, hasta que el habla. Me limpio el rastro y niego.

—No, estoy bien...

—¿Segura?

Asiento con la cabeza.

—Paig...

Dejo mi nombre en sus labios a la mitad, mi boca se presiona sobre la suya y él se queda quieto por un segundo.

Me aparto de el más tranquila, sus ojos se mantienen sobre mí y sus manos van directo a mi cara. El tacto de Maximiliano es cálido, aunque sus manos son bastantes fuertes.

—¿Aun quieres que pase por ti mañana?

Asiento con la cabeza. —Te veo mañana.

Lo beso una vez más y esta vez el me lo devuelve, me pierdo en ese beso y luego en el siguiente. El calor en mi cuerpo crece y apoyo ambas manos en su pecho.

Las ventanas se ampañan y luego escucho un golpe, lo que me hace apartar jadeante de la boca de Maximiliano.

Lo miro. —¿Qué?

El palidece.

Giro detrás de mi y pegado a la ventana se encuentra mi padre.

—¡Dios, mío!

Me hace una señal de que salga, sonrio y me vuelvo hacia Max. —Mejor me voy.

El no insiste. Bajo del coche y cierro la puerta enseguida, evitando que papá la abra.

—Solo quiero hablar con él, muñequita.

—No vas a golpearlo, papá. —Digo con ambas cejas juntas.

—Un escarmiento a los jóvenes no hace daño.

Ruedo los ojos y lo arrastro hacia la casa, aunque al principio se resiste.

—¿Qué horas de llegar son estas, muñequita?

—Lo mismo digo.

—Yo soy tu padre, Paige. —Me suelta malhumorado.

—Apenas son las 9. —Papá siempre exagerado. —Fui al bingo con la abuela.

—Con la alcahueta.

—¡Papá!

—No se me olvida que ella te presento a ese roba muñequitas.

Suspiro. Escuchamos los pasos en la escalera, giro al igual que papá, mamá baja los últimos escalones.

—Llegaron, le diré a Julianne que sirva la cena. —Pronuncia mamá plantándole un beso en los labios a papá.

—¿Aun no has cenado? —Papá hace notar su preocupación.

—¿Quién dice que no cene?. —Pregunta y papá abre los ojos.

Culpa de la bebé.

Papá sonríe.

—¿Cómo estuvo tu cita, cariño?. —Me pregunta ella con emoción, con los brazos de papá aferrándose a ella.

Vi al abuelo, eso paso.

—¿Cita? ¿No habías ido al Bingo con la abuela?. —Papá me acusa.

Suspiro.

—Su cita fue en el bingo. —Responde mamá por mí. —Relájate un poco, mi amor.

—Tal vez lo estaría si no hubiera encontrado al zángano que trajo tu madre sobre la boca de nuestra hija y fuera de la casa.

Mamá y yo decimos. —¿Zángano?

No cuelgues los guantesWo Geschichten leben. Entdecke jetzt