«Una obstinada guerra se ha promovido»

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Le miré con terror.

—¿Qué has dicho? —susurré.

—Que voy a sacarte de aquí. No tienes que tenerme miedo, te doy mi palabra.

¿Su palabra? Había matado a un hombre sin titubear. Su palabra no valía nada para mí.

—Has dicho mi nombre —contesté en su lugar—. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Te conozco.

Eso era imposible. Yo no había visto a aquel tipo en mi vida.

—¿Me conoces? —Lo cierto era que sus rasgos me resultaban familiares. La sangre se heló en mis venas al recordar las muertes de Sanders y de mi hermano. Definitivamente, yo iba a ser la siguiente—. ¿Has venido a matarme?

—No soy un asesino.

—¡Acabas de matar a un hombre, por el amor de Dios! —grité. Había un asesino a sueldo en mi salón—. Tengo que llamar a la policía.

Busqué mi teléfono por toda la sala. Una mano sostuvo mi antebrazo, tratando de detenerme. Me volví hacia mi captor dispuesta a aplicar algunas de las cosas que había aprendido en aquellas clases de defensa personal que Alesandro me obligó a tomar cuando aún estaba en la universidad; pero lo que vi, o, mejor dicho, lo que no vi, me dejó fuera de combate.

La sorpresa provocó que mis piernas flaqueasen. No caí al suelo, porque los brazos del hombre misterioso me sostuvieron con fuerza.

El lugar en el que debía encontrarse un cuerpo sin vida estaba completamente vacío.

Allí no había nada.

—Sophie. —Unas manos tomaron mi rostro con delicadeza, intentando, sin mucho éxito, que apartase la mirada del lugar en el que debería haber un cadáver—. Sophie —repitió—, tenemos que irnos.

—No es posible —musité para mí misma.

Nadie puede desaparecer así. Y mucho menos un muerto.

¿Podía deberse a un episodio de estrés postraumático? ¿Acaso todos los acontecimientos que había vivido en los últimos meses estaban haciendo mella en mi salud mental? ¿Había habido realmente un hombre en mi salón o todo se debía a un intento de mi cerebro de tratar de protegerme ante una situación aterradora?

Alguien tiró suavemente de mi brazo, trayéndome de vuelta al mundo real. Giré mi rostro hacia el tipo del puñal, de cuya mano colgaba una de mis bolsas de viaje repleta de ropa. En la otra reconocí mi maletín del trabajo, del que sobresalía mi ordenador portátil, que debía haber recogido de la cocina.

—¿Tomas alguna medicación? —La tranquilidad de su voz contrastaba notablemente con la urgencia de sus acciones—. ¿Algo que necesites llevarte?

Tomé las bolsas que me ofrecía con aire ausente y las dejé caer junto a mis pies al tiempo que negaba despacio con la cabeza.

Tras conocer mi respuesta, avanzó hacia la ventana del salón y apartó la cortina para poder mirar hacia el exterior, analizando el perímetro. Mi casa no se encontraba muy lejos del Parque Olímpico del Centenario, construido como parte de las mejoras de infraestructuras para los Juegos Olímpicos de 1996, por lo que solía ser una zona bastante concurrida de la ciudad. No sabía que esperaba encontrar, pero no le resultaría muy sencillo hacerlo entre la cantidad de gente que transitaba esa calle a diario.

Tras unos minutos, volví a tratar de preguntar:

—¿Cómo...? ¿Cómo es posible?

Él supo, sin necesidad de decir nada más, a qué me refería.

É R I D E [PÓLEMOS #1] | TERMINADAWhere stories live. Discover now