Epílogo

75 3 4
                                    

Fue algo raro. Mis pies me guiaban, parecían independientes a mi cuerpo. Quería parar, de verdad desearía poder haberlo hecho, pero mis piernas no parecían pensar lo mismo.

Si no hubiera ido a ver a mi abuela, si no le hubiera contado todo a lo mejor no estaría así. Me arrepentía.

Mentira.

Si le cuentas algo a alguien es por que te duele. Si buscas ayudas, aun siendo sin ser consciente, buscas un consejo.  

Y yo le había pedido a mi abuela porque sabía que era la única que me escucharía. 

Así que ahí estaba yo, probando el juicio y la sabiduría de aquella señora. 

-Cariño, siempre dicen que si amas a alguien lo dejes ir. Pero mi consejo es que no lo hagas. Que luches, porque no tienes nada que perder. Si callas perderás más que hablando. Aunque al final no saques nada, aunque al final todo sea igual, no lo será. El dolor del pecho que estás sintiendo, te dejará respirar. Ves, aunque solo sea por ti. Deja las cosas claras, que te queda mucho por vivir, pero poco tiempo.

Eran unas simples palabras, pero escucharla me hizo llorar un poco. Porque al fin y al cabo ella tenía razón. 

Somos polvos de estrellas y en cualquier momento nos podemos convertir en simples estrellas.

Piqué la puerta con miedo. Habían pasado solo dos semanas después de lo que sucedió, pero mi miedo y mis inseguridades me estaban consumiendo por dentro. Pasó un minuto y, cuando me disponía a marcharme, la puerta se abrió, dejando una cara sorprendida.

-Ho-hola -tartamudeó.

-¿Puedo pasar?

Asintió nervioso y se echó a un lado para dejarme entrar. La sorpresa no se iba de su rostro. Supongo que nunca esperas que alguien a quién dañaste te venga a ver. Pero yo no tenía dignidad. No, mejor culpemos a la abuela. Culpar a los otros hace que el peso sea más ameno. Cobarde pero cierto.

-Tenemos que hablar.

-Lo siento, lo siento, lo siento.

-Oh por todos los cielos, callate, pareces un maldito disco rayado.

-Es que estoy arrepentido.

-Aún te quiero, sabes? -dije pilándolo por sorpresa.

-Yo también -miró al suelo avergonzado.

-¿Por qué lo hiciste? 

-Porque estaba enfadado. Porque no creía que de verdad pudieras quererme. Porque nunca fui bueno en esto de mostrar los sentimientos a la gente. Porque en lo único que fui bueno es en alejar a la gente. Porque no quería que te sintieras atado a mí.

-Estas diciendo tonterías -repliqué molesto.

-Puede, pero es la verdad.

-Apesta.

-Es lo que hay.

Sonrió, sonreí. 

Habíamos vuelto a ser los mismos. Me acercé lentamente a él, quedando a solo centímetros. 

-Lamento que le gustes a alguien tan insistente. No te dejaré ir tan fácilmente.

Pude jurar que los ojos le brillaron, como cuándo enciendes las luces de navidad después de tanto esfuerzo.

-Lo siento, Lou, de verdad. No paro de repetirlo pero es que te hice daño. No podré perdonármelo nunca, pero te amo. -Me quedé parado. ¿Me amaba?

-Que te calles pesado. Por cierto -dije atrayendo su atención (más)- yo también te amo.

Le abracé.

Supe que todo esta bien. Gracias abuela. 

Agradecí mi poca dignidad porque mierda, eso se sentía demasiado bien.

Se sentía como el paraíso a pesar de parecerse más al infierno. 

Me estaba dejando caer en una montaña rusa sin cinturón. Me estaba dejando caer y no me importaba.

Porque la persona que me estaba tirando era Harry.

¿Y qué si no me arrepiento? L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora