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Bajé del coche que dejé aparcado al lado de unos chalés. Me acurruqué en mi abrigo y me encogí de hombros, mirando al frente donde una casa de dimensiones considerables se encontraba.

—¿Es aquí?— Pregunté abriendo un poco el bolso, donde Alemania, ONU, Rusia y Japón asintieron, aunque este último todavía estaba de morros. Suspiré y miré de nuevo la gran casa. —Está bien...— Inspiré y comencé a caminar hasta quedar delante de la puerta de metal. Miré a un lado para ver el timbre, solté el aire de una vez y me acerqué, pulsando el timbre.

¡¿Por qué lo pulsé tan rápido?! ¡Ni siquiera sé que decirles para que me abran la puerta!

—¿Sí?

—E-Eh, ho-hola buenos días... ¿Aquí es dónde viven los antiguos imperios? Me gustaría hablar con ellos acerca de algunas cosas.— Hubo un pequeño silencio.

—Aquí no hay ningún Imperio. Vuelve a tu casa niña.— Colgaron. Vale aquello me molestó un poco, por lo que decidida volví a llamar. —Que quieres.

—Eh... Mire, la verdad es que necesito urgentemente hablar con ellos acerca de la desaparición de los países, por favor si me dejaran pasar podría- — Colgaron el telefonillo dejándome con la palabra en la boca.

Apreté los puños con rabia y llamé otra vez, apretando el telefonillo con rabia, pero nadie contestó. Volví a llamar, manteniendo pulsado el botón por unos segundos, pero el resultado fue el mismo, nadie me contestaba.

—¡Puedo estar aquí todo el día si es necesario! ¡Sé que estáis ahí dentro!— Grité sabiendo que alguien me tendría que escuchar.

Me crucé de brazos mordiendo el interior de la mejilla con rabia mientras mi pie golpeaba el suelo varias veces. Miré a mi derecha para no ver nada, y miré a mi izquierda para ver solo un árbol. Me quedé un rato quieta sin hacer nada, hasta que reaccioné.

Caminé hasta el árbol y seguí la mirada hasta arriba, maldiciendo haber olvidado los guantes. Sin pensarlo más, estiré el brazo y apoyé el pie en el árbol, comenzando así a escalar este, intentando no tocar las heridas que todavía tenía del cuervo.

—¡Auch!— Me quejé cuando una astilla del tronco se clavó en la yema de mi dedo. ONU fue el primero en asomarse por el bolso y al ver lo que estaba haciendo, comenzó a dar pequeños chillidos. —Está bien.— Lo miré. —Es la única manera que se me ocurrió de entrar.— Sonreí.

Al fin conseguí llegar hasta la rama del árbol que llegaba a la altura del muro, me senté en esta con cuidado y me deslizaba. Estiré mi pierna y me impulsé para quedar uno de mis pies suspendidos en el aire y hacía fuerza para no caerme al lado contrario. Me impulsé de nuevo, y mi cuerpo cayó de espalda en lado opuesto al muro. Me senté en el césped sobando mi espalda por el golpe.

—¿Qué tenemos aquí?— Escuché una voz masculina haciendo que me petrificara al instante. Al levantar la vista solo tragué y sonreí nerviosa.


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Como niños (Countryhumans y lectora) {ONU × lectora}Where stories live. Discover now