10. Los Mercenarios

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Iba caminando con aquel hombre que no conocía de nada, pero que me ayudó a librarme de aquellos indeseables bandidos. Me ayudó a caminar, ya que no podía por la herida que tenía en la pierna. Caminaba y cojeaba mientras el hombre me guiaba hacia un lugar desconocido para mí.

El silencio entre los dos era incómodo. Sin duda, si pudiera, me hubiera ido corriendo de su lado. De hecho, estaba a punto de hacerlo. Pero entonces empezó a hablar:

— ¿Cuántos años tienes, muchacho? —  me preguntó el hombre, que me estaba sujetando con fuerza el hombro para que pudiera caminar mejor.

— Dieciséis — tan sólo me limité a contestar.

— Vi todo lo que pasó antes — empezó a hablar — La lucha que tuviste con esos asaltantes de caminos. Ese manejo de la navaja... es impresionante. Esos reflejos... ¡Cómo esquivaste a esos delincuentes! ¿Cómo puedes hacer eso con lo joven que eres?

El hombre no pudo decir nada más. Se quedó estupefacto ante mi forma de luchar.

— No lo sé. En esos momentos sólo pensé en defenderme — contesté con total sinceridad.

— No sé de dónde has salido, muchacho. Pero eres un prodigio — me despeinó el poco pelo que quedaba en mi cabeza. 

— Gra... Gracias — tartamudeé.  

— Y, ¿qué hace alguien como tú por estos parajes? — preguntó el hombre, curioso.

— Estoy buscando a Los Mercenarios. Quiero formar parte de ellos — le expliqué.

El hombre empezó a reírse desconsoladamente. Cada vez sus carcajadas sonaban más fuertes. ¿De qué se reiría?

— Muchacho, para ser un Mercenario tienes que tener dieciocho años — me informó cuando paró de reír.

¡No podía esperar tanto! Sólo tenía unos meses para salvar a Will. 

— De todas formas, vendrás conmigo. Esa herida no tiene buena pinta — siguió guiándome el hombre. Esta vez, por un camino lleno de piedras. 

— Pero, ¿adónde vamos? — me dirigí a él. 

— A la Sede — fue su única respuesta.

— ¿La Sede? — pregunté extrañada.  

— Sí. La Sede de Los Mercenarios — respondió — Soy Matthew, el jefe de Los Mercenarios. Aunque prefiero que me llamen Matt. ¿Y tu eres...?

— Yo soy Christian — contesté rápidamente, sin pensarme mucho el nombre.

A partir de ahora me llamaría Christian, como mi padre.

Matt me indicó que acabábamos de llegar a la Sede. Cuando llegamos, las piedras que había en el suelo a lo largo del camino desaparecieron, dejando únicamente la arena fina y suave.

Un manto de vegetación apareció de repente y crecía su densidad conforme iban aumentando nuestros pasos.

Entonces comprendí que Los Mercenarios se encontraban en el corazón del bosque.

Mientras paseaba agarrada del brazo de Matt, sentía que todos me miraban. Notaba cómo sus miradas se clavaban en mi rostro, deseando descubrir quién era yo.

Esperamos a que una puerta se abriera para pasar dentro.

Matt me ayudó a tumbarme en una camilla y después se fue, no sin antes decirme:

— Pasarás aquí la noche. Mañana, te irás y no le hablarás a nadie de este lugar.

Yo asentí y esperé a que alguien llegase.

De repente sentí unas manos calientes que tocaban mi pierna. Estaban inspeccionando la herida con delicadeza.  

— ¿Navajazo? — preguntó una voz femenina — Supongo que han sido los atracadores del camino.

— Sí — contesté únicamente.

— Pareces muy joven para estar aquí — dedujo ella. 

— Sí. Tengo dieciséis años. No me permiten quedarme a luchar. Mañana me iré de aquí. Vuestro jefe me encontró en el camino y me ayudó — le expliqué. 

— Ojalá te quedases. Pareces muy valiente y un buen guerrero — me hablaba mientras envolvía la parte herida con una venda.

— ¿Cómo te llamas? — pregunté por curiosidad. Algo de ella había llamado mi atención. Se parecía tanto a mi otro yo...

— Jasmine. Odio mi nombre, ¿Sabes? — me contestó. 

— No entiendo por qué. Es bonito. ¿Qué te parece si te llamo Jas? — intenté hacer conversación con ella. 

— Mucho mejor — soltó una pequeña risotada — ¿Y cuál es tu nombre? 

— Christian — contesté, con la misma velocidad que antes. 

— ¿Y si te llamo Chris? — dijo, imitándome por lo que le dije antes.

Nos reímos durante un rato de aquella broma. Jas terminó de curarme y después se fue, dejándome dormir.

Dormí durante toda la noche. De verdad que me hacía falta. Llevaba un día entero sin descansar.

Cuando desperté, estaba como nueva. Quería quedarme allí, pero era la hora de marchar.

Cogí todas mis cosas y salí al exterior. Hice el mismo recorrido que hice ayer con Matt. Llegué al final del bosque y retiré la rama de un árbol para poder salir de allí. Pero entonces escuché una voz que me detuvo: 

— ¡Eh, Christian! ¡No te vayas todavía! Ven conmigo. Tenemos que hablar tú y yo. 

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