20. Uno contra dos

74 4 0
                                    

Me quedé de pie en el despacho de Matt, sin palabras. Tardé en reaccionar unos segundos.

- No puedo matar a Thomas... - dije, cabizbaja.

- ¿Por qué no? - preguntó Matt con una voz más ronca y áspera de lo normal.

- ¿Por qué yo? - le contesté, enfadada. - Esa es la pregunta.

- Los mejores guerreros erais tres: Ben, Thomas y tú. Jas mató a Ben. Jas y Thomas estaban juntos. Y Thomas fue cómplice de esa muerte. Me duele tener que perder uno de mis mejores guerreros, pero tengo que hacer justicia por Ben. Confío en que acabes con él lo más rápido que puedas. - me pidió Matt. Casi me lo rogaba. Parecía un tanto inseguro frente a la decisión que había tomado. Pero ya no había vuelta atrás. Era lo que debía hacer. Era lo correcto, según él.

- No tienes por qué perderlo. Imponle un castigo que no sea la muerte. - le aconsejé.

- No - respondió rotundamente - Tiene que pagar por lo que hizo.

"Él no hizo nada". Una voz en mi cabeza repetía continuamente aquellas palabras que sonaban lejanas, como si del eco se tratase.

- Quiero que pague por lo que hizo. Quebrantó la ley y debemos castigar a los que quebranten la ley. Pero me duele matarlo. Es un buen compañero que ha trabajado y colaborado conmigo. Me ha ayudado mucho. No quiero ser yo quien lo mate. - le expliqué. Si tenía que morir de alguna manera, no quería que muriese por mi culpa. No quería ser la causante de su muerte. Pero, a la vez sabía que si cualquier otro lo mataba, le harían sufrir más.

- Hazlo rápido, por favor. Sé que esto nos va a costar mucho a todos - me rogó mientras extendía su mano, que me dio unas palmaditas en el hombro.

Me quedé quieta, pensando por un momento en lo que iba a hacer. Entonces, pensé en algo que podría asegurar mi futuro; y hacer que estuviese un paso más cerca de mi familia.

- Y, ¿qué gano yo si lo mato? - pregunté, con frialdad. Olvidando por un momento todo lo que sentía por Thomas. Quería que matar a una de las personas que más quería no fuese en vano.

- Si lo matas, mañana mismo empezarás el camino por las distintas tribus, hasta llegar en muy poco tiempo a las Tres Grandes Tribus. - me prometió Matt. Extendió el brazo para sellar el trato - ¿Trato hecho?

Era muy miserable por mi parte no dar la cara por aquella persona de la que estaba enamorada, por aquella persona que se hizo responsable de lo que solo yo tenía la culpa. E iba a matarla por poder ir a las Tres Grandes Tribus. ¿Cómo pude caer tan bajo?

- Trato hecho - extendí mi brazo, y nuestras manos se juntaron. El trato estaba sellado. Ahora tendría que cumplir mi parte.

- Cuando la megafonía dé la señal, os quiero a los dos en el campo de batalla, uno enfrente del otro. Recuerda: tu futuro está en juego. - me avisó Matt.

Sentía unas ganas inmensas de llorar, de estar sola. Sentía que tenía que hacer algo para parar esto. Pero no había nada que estuviese en mis manos para detener esta impotencia que se alojaba en mi interior.

- Matt, ¿puedo ir a mi departamento a por mi bola de pinchos? - le pedí permiso.

Él simplemente asintió. Me fui caminando rápido, casi corriendo. Por el camino, me choqué con otro guerrero, que enfadado conmigo, me dedicó unas palabras:

- ¡Eh tú! ¡A ver si miras por dónde vas!

No contesté. Seguí mi camino. Debería haberle respondido que todos no poseemos el sentido de la vista.

Y, al fin, llegué a mi departamento. A mi escondrijo. Era uno de los pocos sitios que conocían mi secreto, que conocían quién era en realidad. Me dirigí al armario. Dentro estaba el maletín. Lo abrí. Allí estaba mi bola de pinchos. Acaricié su mango, toqué con cuidado sus pinchos. Recordé a cada una de las personas que había herido con esas punzantes agujas de metal. Y me deprimí pensando que hoy le tocaría a Thomas probar esos pinchos. No podía creer que dentro de unas horas Thomas muriese. Tal vez desangrado. O abatido. O quién sabe. Ni siquiera podía prever qué haría yo. Me consumía pensar que ya no podría hablar con él, ni abrazarle, ni besarle. Que, dentro de unas horas dejaría de existir. Y todo por mi culpa. Pensando en todo esto, las lágrimas caían por mis mejillas. No podía evitarlo. Me sentía fatal conmigo misma. Quería morir. Quería que Thomas me matara y acabar con este sufrimiento de una vez. Me estaba convirtiendo en algo horrible que desconocía, pero que se estaba apoderando de mí. Quería frenar su avance, y para eso, mi muerte sería la solución.

El OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora