17. Toda la verdad

159 10 0
                                    

— Y el reloj sigue con su continuo tic tac, sin parar. Los días, horas, minutos y segundos pasan y, si no avanzas, ahí te quedas: tirado en el suelo, deprimido, sin saber qué hacer... ¡Inadmisible! Desde la primera vez que luché en "El Ocaso" hasta ahora, mi conciencia carga con veinte muertos, veinte hombres inocentes, veinte oprimidos que solo luchaban por obligación. Os confesaré algo: cada persona que mato, me descompone. Cada uno de ellos es un trocito bueno de mí que se pudre poco a poco, hasta que no quede nada bueno en mi interior y todo sea maldad, frialdad... No quiero convertirme en aquello que tanto odio. No quiero convertirme en aquellos que me han separado de vosotros. Necesito liberaros de las garras corrompidas del gobierno. Os necesito — hablaba en voz baja a mi familia. No me oían. No me contestarán, lo sé. Solo necesitaba desahogarme.

Mi cama era demasiado dura para poder dormir en ella. O eso, o me he acostumbrado al colchón de hierba al lado del riachuelo. Allí pasaba todas las noches, hablando con Thomas antes de dormir. Cayendo rendida en el césped cuando el sueño se apoderaba de mí.

Era de noche, aunque más temprano de lo normal. No acudí directamente al hospital: No quería molestar a Jas, por si tenía algún trabajo pendiente. Decidí caminar por los alrededores del hospital.

Pero, entonces, pasé por el taller de armas y escuché un ruido. Llegué a pensar que, tal vez, un arma cayó al suelo. Después, volví a sentir aquel ruido. Y esta vez fue continuo. Era como si alguien estuviese trabajando en el taller.

Avancé lentamente, para no ser oída. Cada vez, el sonido del filo de una hoja de acero se oía más cerca. No estaba permitido pasar al taller durante la noche. Era mi deber denunciar aquello.

— ¿Quién anda ahí? — alcé la voz, aunque hablé lo suficientemente bajo para que solo pudera oírme quien estaba dentro del taller.

No recibí respuesta. Era lógico. Yo era ciega: no podía ver. Pero la gente solía olvidar que sí podía oír.

Unas manos nerviosas soltaron lo que tenían en las manos, produciendo un fuerte sonido.

— No te escondas. Sé que estás ahí — elevé más que antes el tono de voz.

Sin respuesta de nuevo. Esto no podía quedar así.

— Más te vale que contestes. Contaré hasta tres. Si llego hasta tres y no has dicho nada, gritaré para que recibas tu merecido castigo — empecé a contar, lentamente. Llegué a tres. Esperé un poco. Pero nadie contestaba.

— Con que esas tenemos... Tú lo has querido — cogí aire para gritar y llamar a todos los demás, para que acudieran y castigaran al que había infringido las normas.

— ¡Christian! ¡No, por favor! — gritó una voz. Una voz femenina.

— ¿Jas? ¿Qué haces aquí? — pregunté, incrédula.

— Hay muchas cosas que no sabes de mí — dijo, como si se estuviera disculpando.

— Todos guardamos secretos — respondí, pensando sobre los míos.

Tras un largo instante de silencio, empezó a explicar:

— ¿Sabes qué es querer hacer algo y no poder? Por las leyes, porque te lo prohíben. Porque si lo intentas, te matan. Llevo viniendo a este taller por lo menos cinco años, desde que descubrí el mundo de las armas. Me educaron para curar. Pero mi mente siempre ha estado puesta en los campos de batalla. He estado investigando en fabricación de armas y, por fin, todos mis años de esfuerzo han dado fruto. He fabricado esto - me puso una especie de brazalete en la muñeca — Se llama "hoja oculta". Es una especie de brazalete con una hoja de acero. Si haces un movimiento con la muñeca, esta se dispara hacia la dirección a la que has apuntado. Adelante. ¡Prueba!

Me dispuse en una zona del taller e hice un leve movimiento de muñeca. Noté que un filo, una cuchilla salía disparada de mi brazo, clavándose en un tablón de madera que había allí.

— ¡Es increíble! Deberías dedicarte a esto... — dije, tocando con asombro el brazalete helado. 

— Yo quiero luchar, ser como tú. No quiero permanecer oculta aquí, fabricando armas por las noches, a escondidas. Quiero salir afuera, gritar que soy una de las mejores guerreras. Vencer a mis enemigos. Proclamarme como campeona. Pero no puedo hacer nada de eso. Odio mi vida — me confesó Jas.

— No sabes lo que estás diciendo. No te gustaría ser como yo, en absoluto — le advertí.

— Eres libre. Da igual que seas ciego, porque eres libre. Yo no. — bajó el tono de su voz. 

— No sabes nada — dije, negando con la cabeza.

— No te das cuenta de lo afortunado que eres. ¡Te estás convirtiendo en el guerrero más joven con más combates ganados! Cualquiera quisiera ser como tú, cualquier chica querría estar contigo — hablaba, mientras me sujetaba el brazo. 

— ¿Qué estás queriendo decir? — me aparte. Me estaba empezando a preocupar. 

— Christian, me gustas mucho — dijo Jas, casi susurrando.

¡No puede ser posible! 

— Pero, ¿qué estás diciendo? — empecé a gritar, enfadada — ¡No me llamo Christian! ¡Esta no es mi verdadera voz! Y, por supuesto, ¡No soy un hombre! ¡Soy una mujer, como tú! Lo único cierto de mi historia es que soy ciega y que tengo dieciséis años.

— Eres... una... ¿chica? — preguntó, sin poder creérse nada — ¿Cómo he podido ser tan tonta? Me estaba enamorando de ti...

— Menos mal que te lo he dicho a tiempo — resoplé con alivio. 

— ¿Cuál es tu nombre real? ¿Tu historia real? — preguntó con curiosidad.

— Me llamo Christine. Soy ciega. Vivía en una tribu cercana, con mi hermano Will y mi madre. Will tiene dieciocho años. Le tocaba luchar en "El Ocaso". Se negó a ir. Capturaron a mi madre y a mi hermano. Se los llevaron. Y yo, ahora, finjo ser un hombre para luchar e ir a rescatarlos. Esa es mi historia — le respondí.

— Parece algo totalmente fantástico — creo que todavía no podía creerse nada. 

Estuvimos hablando allí durante un buen rato. Hablando ahora sin finjir. Ahora le podía contar todo, sin ocultarle nada.

Se había convertido en mi confidente. 

Ya parecía tarde. Me fui a dormir. Al riachuelo. Efectivamente, cuando llegué, Thomas ya estaba allí. Me tumbé a su lado sin decir nada, pues estaba muy cansada. Cerré los ojos y me olvidé del mundo. 

Sentí que alguien me zarandeaba de un lado a otro y me llamaba por mi nombre. 

— ¡Christian! — me llamaba una voz. Era la de Thomas.

— ¿Qué quieres? — respondí con voz cansada.

No sé qué querría decirme. Su voz parecía temblorosa:

— No sé qué es lo que me está pasando últimamente. Sé que no está bien. Pero es lo que siento. Aunque noto que mi mundo se está descontrolando y se desmorona, pero ya no importa. Ya todo está decidido. 

Miraba hacia ninguna parte cuando sentí que algo se posaba sobre mis labios. Me di cuenta de que eran los de Thomas. Me estaba besando... 

Al momento, se apartó. Me quedé allí, sentada en el césped del bosque, sin decir nada. Petrificada en el suelo, como una estatua de hielo. No sabía qué hacer, y menos todavía qué iba a pasar a partir de ahora. 

El OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora