9. La emboscada

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Cada vez me costaba caminar más por la tierra árida, que entraba en el interior de los viejos zapatos que me prestó Norbert. Desde luego, no ayudaba que estos fueran tres números mayores que los que yo usaba habitualmente. 

No sabía qué camino tenía que coger. Estaba tan agotada... 

Paré a descansar. Me senté en una gran piedra que me encontré por el camino y bebí un pequeño sorbo de agua de una cantimplora que me dio Norbert. Quería beber más agua, pero temía quedarme sin reservas. En aquel lugar hacía un calor sofocante. Era una extensa estepa arenosa que había entre unas tribus y otras. 

Entonces me levanté y proseguí con mi camino. Mientras iba recordando las instrucciones que me dio Norbert:

— Debes buscar a Los Mercenarios — se dirigió a mí mientras estábamos sentados en nuestros respectivos sillones. 

— ¿Los Mercenarios? ¿Quiénes son Los Mercenarios? — pregunté con curiosidad. Jamás había oído hablar de aquellos Mercenarios. 

— Los Mercenarios son un grupo de guerreros. También luchan en "El Ocaso", pero son diferentes a los luchadores que estamos acostumbrados a conocer nosotros — me explicó Norbert. 

— ¿Qué tienen de diferente? — me animé a escuchar más. Yo me acerqué hacia donde provenía su voz, para escuchar mejor. 

— Son guerreros que están asociados. No son una tribu. Es tan solo una asociación de guerreros que luchan por un mismo fin: Ganar combates en "El Ocaso" y olvidar a su tribu. Son como los piratas: luchan sin su tribu. No pertenecen a ninguna tribu. No tienen un lugar determinado en el mundo. Son libres de escoger a qué lugar pertenecer. Y son rebeldes: no dejan que nadie escoja su destino. Luchan porque ese es su deseo, no porque ese sea el destino que les hayan impuesto Las Tres Grandes Tribus — Norbert hablaba de ellos con voz soñadora, con un afecto especial. 

— Hablas de ellos como si los conocieras de verdad — me di cuenta de que el viejo Norbert no me había contado todo sobre él. 

— Yo fui un Mercenario — confesó. Me mostró la palma de su mano derecha, para que la tocara. Tenía una cicatriz en forma de triángulo. Supongo que esa es la marca de Los Mercenarios — Y tú también serás uno de ellos. 

— Parecen unos guerreros muy poderosos — dije con miedo. 

— Tú también eres muy poderosa. Perdón. Poderoso... — cuando terminó de decir estas palabras los dos nos reímos. 

— Y, ¿por dónde debo buscarlos? — pregunté, sin saber qué hacer. 

— Tú tan solo camina recto, al final los encontrarás. O ellos te encontrarán a ti — no entendí lo que me dijo — Pero ten mucho cuidado, hay muchos delincuentes por aquellas estepas, en busca de personas a las que atacar. 

— Tranquilo, sé defenderme — dije con una sonrisa. 

Podría parar y recordar más cosas, pero ya sé lo que debo hacer: seguir adelante. 

Seguí caminando tan agotada como antes, arrastrando los pies por la tierra seca. 

Me paré en seco cuando oí otros pasos que no eran los míos. Primero eran dos, pero llegué a escuchar pasos de tres personas. 

— ¿Quién anda ahí? — dije con mi voz masculina. 

Di vueltas sobre mí, sin saber adónde dirigirme. 

Los pasos se oían cada vez más cerca. 

— Danos todo lo que tienes y no resultarás herido — una voz amenazante se dirigía a mí a escasos metros. 

— No os resultará tan fácil — dije con valentía.

— ¿Qué vas a hacernos? Somos tres y tú eres ciego — se percató de mi mirada perdida. 

Los asaltantes se acercaban cada vez más. Yo retrocedía. Ahora tenía miedo de verdad. Seguro que tenían armas, y no dudarían en usarlas. Pero no podía dejar que me robasen los chicles que cambiaban la voz. No podía arriesgarme a que descubrieran mi verdadera identidad. 

"Recuerda: Si te atacan, defiéndete. Toma. Creo que esta navaja te ayudará". 

Las palabras de Norbert llegaron a mi mente como si fueran mi salvación. 

Saqué la navaja y les mostré la parte afilada a mis enemigos, mostrando que estaba dispuesta a luchar. 

— ¡Oh! ¡El ciego sabe manejar una navaja! — dijo uno en tono burlón. 

Me acerqué a él y le propiné un navajazo en el brazo. Gritó de dolor y me dirigió todo tipo de maldiciones e insultos, mientras le recordaba que nadie se burlaba de mi. 

Yo no era simplemente una pobre ciega. 

Sus otros dos secuaces se dirigieron a mí para librar una lucha. Siempre encontraba dónde estaban. Uno de ellos me agarró de la ropa y me golpeó la cara. Como venganza, retrocedí y le clavé la navaja en la espalda. La navaja no era muy profunda, por lo cual no creo que la herida fuese mortal. 

Mientras los dos atracadores heridos se quejaban por el dolor que les causaban las heridas que les había causado mi navaja, yo intenté encargarme del último bandido. 

Este último es el que más daño me hizo. Cogió su navaja y perforó la tela de mis pantalones, haciéndome una herida muy cerca de la rodilla que sangraba sin control. 

El dolor era insoportable. Cerraba los ojos fuertemente en señal de sufrimiento y alguna lágrima quería escapar de mis ojos. Pero cambié el dolor por venganza. 

Me dirigí cojeando hacia mi atacante y lo sujeté del cuello de su camisa, poniendo mi navaja en su cuello. Si se pasaba, estaba dispuesta a matarlo. Ya había llegado demasiado lejos. Mi enemigo empezó a temblar. Tal vez habría cometido alguna estupidez, de no ser por él...

— ¡Alto! ¡Dejad al muchacho en paz! — gritó una voz de hombre. 

El OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora