5. La elección

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"Llegué a casa después de ayudar a mamá a recoger el algodón, para convertirlo en hilos y que ella pudiera fabricar tejidos y ropa y venderlos en el mercado. Eso es tarea para las mujeres, pero sin embargo yo fui el encargado de hacerla. Me senté en el sofá. Era tan blando que podía hundirme en él. Eso me confortaba.

Cuando más tranquilo estaba, noté un peso inmenso en las rodillas. ¡Eras tú qué te habías sentado encima de mí! Te reproché lo que hiciste y tú te reías y corrías hacia la puerta, que conducía a la calle. Salí y... me quedé helado.

Dos hombres vestidos de negro, con la cara tapada y con porras en la mano me esperaban afuera. Mi felicidad se disipó al instante. Se dirigieron a mí con sus pasos firmes y cada uno me cogió de un brazo y me llevaron con ellos, sin decir palabra ni dar explicación.

Los miré y les pregunté si os iba a volver a ver. Silencio. Miraba a mamá, que gritaba a los hombres desesperada que me soltaran. Desalmados. Ni siquiera la miraron. Por último, te miré a ti. Miré tu cara de desconcierto. Ni siquiera sabías qué pasaba. Lo único que sabías era que me perdías. 

Los soldados me dejaron en un campo arenoso. Entre la arena había armas de todo tipo: espadas, bolas de pinchos, navajas, puñales... Me obligaron a coger una. Cogí mi espada favorita, la que siempre cogía cuando papá nos entrenaba. 

Mientras miraba mi reflejo en la espada, sentí unos pasos que podrían ser de gigante. Y a mis espaldas apareció Connor Wright, el guerrero del otro día. Retrocedí, quería salir de allí. Pero cuando quería salir de la arena, ya no había campo. Había un precipicio. Así me di cuenta de que moriría de todas formas.

Wright golpeó mi cuerpo con su bola de pinchos mientras yo me retorcía de dolor. Cogí mi espada, pero sólo le hice un pequeño rasguño. Miré atrás. Sólo había vacío. Caí desvanecido al suelo. Tenía dos opciones: morir golpeado o arrojarme al vacío. Con las pocas fuerzas que tenía, me arrastré y rodé hacia el abismo. Solo así me sentí en paz con el mundo, conmigo mismo".

Estas eran las palabras de Will, que me contó el sueño que tuvo. Todavía estaba alterado. Lo abrazaba y le susurraba palabras tranquilizadoras al oído, mientras estábamos sentados en el sofá blando que aparecía en su sueño. 

— Mañana es tu cumpleaños. ¡Anímate! — le susurraba mientras le acariciaba la nuca — No se cumplen dieciocho años todos los días. Llamaré a mamá para que te prepare las cosas. 

Se quedó petrificado en el sofá. Fui a buscar a mamá. Estaba en su habitación. Al morir papá se cambió de habitación. No podía soportar los recuerdos que aquella habitación le traía. Ahora, esos recuerdos estaban encerrados bajo llave. Me acerqué a ella. Estaba cosiendo, como siempre. Yo solo me dediqué a comunicarle que debía prepararle a Will sus cosas para mañana. Ella se levantó y la seguí hasta nuestra habitación. Ella cerró la puerta, dejándome a mí esperando afuera. 

Podía escuchar todo lo que pasaba dentro de nuestra habitación. Oí unos sollozos. Eran de mi hermano.

— Cariño, ¿estás llorando? — preguntó mamá, cariñosamente.

— No quiero irme mañana — confesó Will, entre sollozos. 

— Tranquilo, mi amor. No vas a dejar de vernos ni a mí ni a tu hermana. Únicamente te llevarán a una casa más grande que esta en la que podrás entrenar y las tardes que te indiquen deberás luchar en "El Ocaso". Cuando quieras, podrás venir a hacernos una visita — intentó tranquilizarlo mamá. 

— Pero yo no quiero luchar en "El Ocaso" — seguía llorando.

— Lo sé. A mí no me agrada que te vayas de casa y que no te veamos todos los días, y mucho menos que tengas que luchar en ese campo pero, es tu obligación. Y debes cumplir con ella. Si no, será mucho peor — declaró mamá.

Se oía el ruido de los trastos que, posiblemente, estaba revolviendo mamá, buscando en nuestro baúl. Estaría sacando la ropa para la Ceremonia de Inauguración de Nuevos Guerreros, a la que tenía que acudir Will. Escuché el impacto de la tapa del baúl al cerrarse y el curioso ruido que hacían las zapatillas de mamá caminando por nuestra habitación de suelo de madera. 

La voz de mamá no sonaba muy ilusionada, pero procuraba parecerlo, para animar a Will:

— Vamos, Will. ¡Mañana es el gran día!

El OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora