4. El combate

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Oía el clamor de la gente. Mi hermano y yo íbamos cogidos de la mano, intentando pasar entre la muchedumbre. Yo movía la cabeza de un lado a otro, en busca de un hueco libre. Guiaba a Will entre el gentío para llegar a nuestro destino, a pesar de no ver nada.

Cuando mis pies sintieron el tacto suave de la arena, sabía que habíamos llegado al campo de batalla. Habíamos llegado a "El Ocaso". Habíamos llegado a punto para ver el primer combate del día.

En aquel campo se podía sentir el peligro, una especie de ahogo, como una sensación de horror que te hace retroceder. Es como si aquí se guardase todo lo peor de nosotros.

Will y yo estábamos cogidos de la mano. Lo notaba muy extraño. Tenía las manos llenas de sudor, aunque sus latidos se mantenían estables. Creo que esto no lo iba a tomar bien y que no podría con ello.

La gente empezó a gritar y aplaudir para recibir a los guerreros, cuyos pasos sonaban como si le dieran patadas a la arena. Yo también aplaudí, por respeto. Sin embargo, Will no aplaudía, ya que sujetaba mi brazo con fuerza.

— ¿Quiénes son? — pregunté a Will, señalando hacia el campo.

— Los dos son de esta tribu. El que está a la derecha es Connor Wright, treinta y cinco años. Un veterano. El que combata contra él, está condenado a muerte. A la izquierda... Un novato. Podrá tener unos dieciocho años — al hablar sobre el ultimo guerrero bajó tanto su tono de voz que parecía otra totalmente diferente.

Un sonido metálico invadió todo el campo y los alrededores. Al poco tiempo, las armas de los guerreros empezaron a chocar entre sí. En especial, hubo un sonido que me resultó familiar. ¿Cómo no iba a reconocer mi bola de pinchos?

Se podían apreciar las respiraciones cansadas de ambos competidores y sus pies revolviendo la arena. Aunque también se podían escuchar los gritos de terror de uno de ellos, que se quejaba continuamente.

Wright manejó con maestría su bola de pinchos, golpeando el cuerpo del novato, que cayó desplomado al suelo soltando alaridos de dolor.

Will empezó a apretarme muy fuerte la mano, y los latidos de su corazón aumentaron de manera incalculable.

El novato blandió su espada con el objetivo de vencer a su rival. Pero fue en vano. Wright volvió a golpearlo con su bola de pinchos, volviendo a retorcerse de dolor. Wright golpeó y golpeó al novato hasta casi dejarlo sin fuerzas.

Por cada golpe que Wright le propinaba al novato, Will apretaba mi mano cada vez con más fuerza.

La gente se impacientaba. Querían ver morir a uno de los guerreros. Querían ver morir al novato. Todos aclamaban a Wright y coreaban su nombre.

El novato huía de su oponente arrastrándose por el suelo como podía, y apenas podía pronunciar aquellas palabras que repetía todo el rato:

"No me mates, por favor"

Pero el público quería ver sangre derramada y le gritaban a Wright:

"Mátalo"

Hasta seis veces llegó a suplicar el novato, pero no le sirvió de nada. Wright no tuvo piedad. Le robó su espada y la clavó en el cuerpo del novato, ahora sin vida.

La gente lo vitoreaba mientras sus pasos se alejaban. Wright había vencido de nuevo. La gente se iba, ya que había una pausa de quince minutos entre combate y combate. Había tantos como tiempo diese hasta que se hiciese de noche.

Will dejó de apretarme la mano e inmediatamente me la soltó. Se quedó mudo. Le hablaba, lo zarandeaba... Pero no reaccionaba.

— No quiero ver nada más — habló por fin Will. Su voz sonaba temblorosa — Vámonos de aquí, por favor.

Lo cogí de la mano y caminamos lentamente para que se calmara. Lo más lejos posible de aquel lugar. Su mano estaba fría, al igual que su rostro. Casi no podía percibir sus latidos y, de vez en cuando, temblaba.

— Ahora sé que voy a acabar igual que aquel novato — se paró de repente en medio de un camino entre la maleza.

— No digas eso. Lo vas a hacer genial... — intenté calmarlo mientras tocaba las frágiles hojas de los arbustos.

— Lo ha matado... ¡Le ha clavado su propia espada en el corazón! Qué muerte tan triste... Ni siquiera le han dejado elegir qué hacer con su vida. ¿Cómo puedes decirme qué lo voy a hacer genial? Tú no lo has visto como lo he visto yo. No puedes verlo. No puedes comprenderlo. No puedes comprenderme — me interrumpió. 

— No puedo verlo, pero puedo sentirlo. No sé qué será peor — le confesé — Sentir los gritos de angustia de ese muchacho...

Di media vuelta y volví a mi casa sola, sin decir nada más. Dejé a Will en el camino, sentado apoyándose en un tronco, sumido en sus pensamientos. Una hermana sabía cuándo debía de dejar a solas a su hermano, y ésta era una de esas veces.

El OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora