6. ¡Soy un cobarde!

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Los tenues rayos de sol entraban por la ventana de nuestra habitación y recorrían delicadamente mi rostro, indicando que había llegado la mañana. Hoy era el día que jamás queríamos que llegara. Pero, al final, todo llega. 

— ¡Eh, Will! ¡Feliz cumpleaños, grandullón! — le susurré, despertándolo. 

Él suspiró, negándose a aceptar la realidad. Ni siquiera me agradeció la felicitación. Para él ese día no era su cumpleaños, para él era su funeral. 

— ¿Preparado? — me volví a dirigir a él, aunque esta vez sí obtuve respuesta:

— Sabes que no.

Su voz sonaba fría, lejana, irreconocible. Aquel no era mi hermano Will. No era el Will que yo conocía. El que siempre sonreía, a pesar de las dificultades. El que siempre velaba por mí. Aquel niño con esa forma diferente de ver la vida. 

— Ve preparándote, Will. Vienen a buscarte a las once — se oyó la voz de mamá. 

Al oír a mamá, Will se levantó lentamente de la cama y empezó a moverse. Sabía que tenía media hora escasa para prepararse antes de que vinieran a buscarle los guardias de las Tres Grandes Tribus. 

Se hizo el silencio en la habitación. Tan solo se oía el ruido que hacían los objetos que preparaba Will cuando chocaban. Estuvimos en silencio hasta que el reloj que hay en el comedor empezó a sonar. Eran las once en punto. 

Me dirigí a él. No me hacía falta ver para saber que en su mirada se reflejaba la preocupación. Tendí mi mano, para que sintiera que no estaba solo en esto. Entrelazó su mano con la mía, mientras esperábamos a los guardias sentados en la cama. Noté en él la misma presión que cuando presenciamos el combate de "El Ocaso". Su respiración y sus latidos estaban acelerando. Yo acariciaba su mano, suavemente, para que se calmase. De verdad que lo necesitaba. 

La calma duró poco. Demasiado poco. 

El sonido de unos nudillos tocando la puerta se expandió por toda la casa. 

— ¿William Brown? Salga, por favor — pronunció una voz más grave de lo normal. 

— Ya es la hora — se dirigió mamá a él y lo besó. 

Nos dirigimos los tres a la puerta. La abrimos y, allí estaban. Los guardianes esperaban a que Will se dirigiese a ellos pero, él no me soltaba la mano. No quería abandonar lo que él había conocido hasta entonces como su casa, ni a su familia. No quería cambiar de vida. Todo lo que conocía hasta entonces era perfecto. 

Will soltó mi mano. Pero no para dirigirse hacia los guardianes, sino para volver a entrar en nuestra casa. Oí cómo los guardianes se pusieron en posición, pero alguien intervino antes que ellos:

— ¿Pueden esperar un momento, por favor? Es joven, tiene miedo. Le haremos entrar en razón, pero permítanos unos minutos. Solo un momento — les detuvo mamá para que no entraran en su busca. 

— Está bien. Pero solo unos minutos. Cinco minutos — cedió uno de ellos, que tenía la voz distorsionada para que no reconociésemos la verdadera. 

Mamá iba a ir a apoyar a Will, pero yo la detuve. Decidí ir yo. 

No sabía dónde podría estar. Lo llamé por toda la casa. Busqué por cada uno de los rincones. Pero no lo oía. Solo había un lugar donde no busqué: El cobertizo. 

Efectivamente, en el cobertizo oí llantos. Pasé y me senté a su lado. Encontré su rostro entre la oscuridad y le limpié las lágrimas que brotaban de sus ojos. 

— Tienes cinco minutos. No los desaproveches llorando — seguí secando sus lágrimas.

— ¡Soy un cobarde! No soy capaz de hacer frente a mis problemas, no soy capaz de aceptar mi triste destino. ¿Qué voy a hacer? — lloraba cada vez más y más. 

— Vas a salir ahí afuera, los guardias se están impacientando. No sé qué serán capaces de hacer — saqué un pañuelo que tenía en el bolsillo y se lo di. Cerramos los ojos, relajándonos. Olvidándonos de que allí afuera había unos guardianes que pretendían separarnos. 

— ¡William Brown! ¡Salga ya, por favor! — uno de los guardianes empezó a aporrear la puerta. 

— Tienes que irte, te llaman — lo empujé hacia la puerta.

— ¡No quiero! — protestó. 

— ¡William Brown! ¡Última oportunidad! ¡Salga o tiramos la puerta! — empezó a amenazar el otro.

— Hazles caso y vete con ellos. Todo irá bien — intenté calmarlo. 

Suspiró y abrió la puerta, antes de enfurecer más a los guardianes. Sentí sus pasos alejándose mientras nosotras decíamos adiós con la mano a Will. Pero, entonces, pasó algo inesperado.

— ¡No iré con vosotros! — Will gritó y echó a correr. Los guardianes lo persiguieron y lo capturaron mientras él gritaba que le soltaran y los maldecía. 

— ¡No lo tomen en serio! Está muy nervioso. De verdad que necesita tiempo y comprensión — intentó frenarlos mi madre, que también gritaba desesperada que lo soltasen. 

Escuché entonces las voces de mi madre y mi hermano gritando por su libertad. No comprendía nada. Se los estaban llevando. Y me sentía enfadada conmigo misma por no poder hacer nada. Me sentía impotente, despreciable. Me estaban arrebatando a las únicas personas que me quedaban en este mundo. Lágrimas corrían por mis mejillas, inundando entero mi rostro. 

— No te preocupes, muchacha. Llamaremos a alguien para que se haga cargo de ti. Quédate aquí — se dirigió a mí uno de los guardianes con su voz distorsionada. 

¡Ni loca iba a hacer caso a una de las personas que me ha alejado de mi familia! Cuando dejé de sentir el ruido que hacían los extraños uniformes de los guardianes, eché a correr. Hacia el bosque. Allí pude llorar en libertad, sin importar lo que nadie pensase. Tenía que hacer algo, no podía dejar que les hicieran daño. Pero yo sola no podría. Tendría que buscar la ayuda de alguien. 

Y sabía exactamente a quién debía acudir... 

El OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora