Lo que el hielo ocultó: lastima.

8.6K 620 112
                                    

Capítulo 18

Lo que el hielo ocultó: lastima.

Sé que era de noche. Era la segunda noche sin Roger en ese lugar. Estaba oscuro.

La puerta se abrió y encendieron las luces. Era Kay. Me traía la cena, puré de papas sin nada más. En su otra mano traía agua.

—Levántate y come. —Dejó las cosas en el piso.

—¡Espera! —pedí.

Se volteó en espera de mi pregunta.

—¿Cómo está ella?, ¿está viva? —Me refería a la mujer. Llevaba horas pensando en ella, solo quería saber si había valido la pena o no mi intento de salvarla.

No me respondió. Yo observé las papas, y pensé que su propósito era acabar con mi vida, así que no las comí. No me comí ninguno de los alimentos que me traía, y me estaba muriendo del hambre.

Él no me rogaba que comiera, ni tampoco parecía importarle que me consumiera en vida.

Al quinto día me levanté de la cama. Fui directo a la puerta, y, como si se tratara de la respuesta a una súplica, la puerta estaba abierta. Salí al pasillo, una alfombra roja estaba a todo lo largo de él y estaba un poco oscuro, al final se escuchaban unas voces, donde estaba la luz amarilla.

Kay estaba parado frente a un sofá, sonriendo, mientras un hombre agarraba la cara de la chica castaña y le hablaba al oído, ella chillaba y su expresión era de terror. La chica me miró directo a los ojos, y yo no sabía que decir o hacer. Miré a mis lados, estábamos juntas en esto y de alguna forma teníamos que salir.

—Déjenla en paz. —Había un cenicero encima de un estante color madera, lo tomé y lo escondí detrás de mí—. ¿Qué le hacen? Déjenla tranquila.

Kay volteó a mirarme, yo estaba descalza, aun con el vestido que Roger me había puesto, el cabello se había rizado al secarse, y mientras la mitad estaba rubia, la otra mitad estaba castaña.

El hombre soltó a la mujer, y se burló de lo que yo había dicho. Me volvió a dar la espalda, y golpeó con un dedo la nariz de la mujer, ella hizo una mueca y se tapó la cara.

Yo le lancé el cenicero a la cabeza. Él era rubio, más oscuro que Roger, me observó con su mirada helada, como si no hubiera sentido el golpe. Kay me estaba mirando con incredulidad, y la mujer se quedó quieta en el sofá, aunque el hombre no la tenía aprisionada ya.

Caminó hacia mí rápidamente.

Kay dijo—: No, Mayer, ella...

Entonces, Mayer, el hombre rubio, me golpeó en la cara y caí al piso de espaldas, con la vista negra por unos segundos, el dolor se intensificó y se regó por el golpe de la quijada y la sutura en mi cabeza. El dolor de cabeza empezó a martillar mi sien como la primera vez que desperté en ese horrible lugar. Sentí como una clase de deja vu, cuando Roger me había golpeado. Lloriqueé y traté de volver a donde estaba, pero ni siquiera tenía fuerzas para mantenerme despierta y no colapsar.

—Necesito usar el baño —voceé por quinta vez—. Por favor, necesito usar el baño...

La puerta se abrió de golpe. Kay agarró mi quijada bruscamente para que lo mirara.

—¿Qué es lo que quieres?

—Necesito usar el baño...

—Llévala. —Mayer pidió al pararse frente a la puerta de entrada—. Mira cómo está la chica —exhaló—. ¿No dijiste que era su pareja?

Lo que el hielo ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora