Lo que el hielo ocultó: (ahoga) Llegar al fondo... y despues ahogarme.

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Capitulo 4

Lo que el hielo ocultó: llegar al fondo... y despues ahogarme.

El otro sábado me quedé en el auto gris que la empresa de mi mamá le había facilitado para moverse a ella, era tipo escarabajo marca Chevrolet. Estaba encendido con el aire templado mientras yo esperaba que él saliera de su casa. Escuché el sonido de un motor y dejé de recostarme del sillón para inclinarme hacia delante con mis manos en el volante. Entorné los ojos y a una cuadra pude ver su camioneta ponerse en marcha. El carro de mi mamá estaba parqueado calles más atrás para que él no lo viera. Empecé a seguirle a una distancia prudente.

Había aprendido a manejar a los quince años de edad, fue más una obligación que un deseo de aprender. No tenía una licencia de conducir, pero si un carnet de aprendizaje vencido hacía dos años. La suerte era, que era de noche, y ninguna poli me iba a detener.

Roger parqueó frente a un local con luces fluorescentes verde y amarillos. El lugar se llamaba Baviera Café & Bar, Baviera, igual que mi escuela. Pensé en Rosemary, otra vez jugaba el juego de no sentarse conmigo en el receso, incluso después de haberme ayudado cuando estuve descalza en las calles del centro de Múnich. Seguro estaba avergonzada porque su hermano mayor se quedó con mis medias.

Dejé la frazada con la que dormía en el auto, y también mi abrigo. Tenía un suéter negro y unos pantalones jeans apretados, debajo, unas medias hasta las rodillas y las botas marrones que le gustaban a Roger.

Antes de entrar me pidieron identificación, y se las mostré, el portero me miró de arriba abajo y me haló del brazo para que mi oído quedara a la altura de su boca.

—De este lado solo personas mayores de veintiuno, vaya por aquella puerta. —Me señaló, más allá, la entrada a una especie de restaurante al aire libre de la misma casa.

—Es que no vengo a comer. Quiero entrar por este lado.

Asintió pensándolo.

—Solo porque me caes bien. —Sonrió con sus dientes excesivamente blancos.

—¿Le caigo bien? —pregunta incrédula.

—Sí. —siguió asintiendo. Y yo me forcé a sonreírle y desaparecer de su vista cuando me soltó el brazo.

Sentí unos escalofríos de los malos; huye. Pero no, el deseo de encontrarlo era más fuerte.

Al entrar por el pasillo aterciopelado el calor me azotó, llevaba tanto tiempo sin sentir un calor así que casi me apretaba del pecho. Era más grande de lo que imaginaba, y deduje que me tomaría tiempo encontrarlo, ¿Qué hace un cirujano en un sitio así lo sábados?, ¿A dónde iría?

Era un lugar grande. Había una pista de baile, prácticamente lo primero que se veía en la primera planta. Había balcones grandes en una segunda planta, donde la gente estaba sentada comiendo ligero y bebiendo cocteles. Entorné mis ojos más arriba, la tercera planta estaba cubierta por un vidrio transparente, y se podía ver que había personas dentro.

Busqué la parte tranquila, me atravesé por el grupo que bailaba y sentí que alguien me había agarrado el trasero. Me volteé enfadada y el culpable sonreía sin mostrar sus dientes. Estaba borracho, y sentí la urgencia de golpearlo, pero analicé la situación: estaba yo, en un bar de personas mayores de veinte años, sin dinero, con un suéter y nada más que una franela debajo (fue un mal momento el de olvidárseme usar sujetador...) y un pantalón jean con botas de nieve, en ese lugar que parecía estar ubicado en otro mundo; tenía todas las de perder. Así que solo me alejé de allí.

Lo que el hielo ocultóWhere stories live. Discover now