Lo que el hielo ocultó: Prohíbe.

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Estaba temblando de frio, otra vez, desgraciadamente para mí. Pero en este caso mi vida no estaba a un paso de la muerte, no es que estaba segura, pero al menos no estaba agonizando. Lucas dormía desde hacía una media hora en mis brazos, y yo seguía batallando para que mis ojos no se cerraran. Presentía, que de algún modo, en el momento en que cayera dormida mi hijo y yo pereceríamos en manos de él.

Ni siquiera sabía a donde nos dirigíamos. Nunca, en los cinco años que llevaba viviendo en Brasil, había salido de Recife. Nunca había tenido la necesidad de salir de allí. Ahora con Roger, estaba descubriendo la interestatal. Estaba sumamente oscuro, puesto que estaba de madrugada, y en la carretera los autos que nos acompañaban eran pocos. Pero al menos había.

Cabeceé por tercera vez, y sentí que Roger me miró.

—Puedes dormir, amanecerá y yo estaré en vigilia.

No le respondí, moví la cabeza.

En una acrobacia, sacó de la parte de atrás de la camioneta una frazada azul.

—Toma, protégete del frio.

—¿A dónde vamos Roger? —Gemí—. Lucas necesita descansar. Y necesita comer. Él no merece esto...

—¿No merece una familia? Vamos Lauren, he estado esperando esto por mucho. —Tocó mi rodilla. Volvió a poner su mano en el volante—. En la mañana nos detendremos en un comedor.

Tomé la frazada y cubrí al niño completamente. La esperanza de las nubes aclareciéndose fue lo único que me permitió cerrar los ojos.

Unos labios en mi frente me espantaron. Estaba cubierta con la misma frazada, y el sillón recostado. Lucas ya no estaba en mis piernas, se encontraba fuera de la camioneta, atrás de Roger, mirándome serio. Estaba de día. El sol afuera y ese aire fresco común. Volví mi mirada a Roger, confundida.

No era una pesadilla. En realidad, él estaba aquí, y había venido por y nuestro hijo.

Le pregunté a Lucas que como estaba, y me respondió un seco bien, en inglés. Un poco más confundida que antes, le pregunté que por qué no me hablaba portugués. Entonces el niño miró a Roger, temeroso. Me pregunté qué había ocurrido mientras yo dormía. Me levanté del asiento.

—¿Qué le dijiste tú?

—Desde ahora, hablar portugués está prohibido para ustedes dos. —Nos dijo, mirándonos a ambos—. Para comunicarse entre sí usaran este idioma. —Él estaba usando el inglés—. Hasta que Lucas aprenda alemán.

La medida me parecía injusta. Pero era lógico, todo me parecía injusto. Yo y Lucas no merecíamos estar con él, como tampoco merecíamos estar solos.

Él pasó la mano por el cabello de Lucas y después lo cargó. Ellos dos parecían extranjeros, yo, no tanto. Después de cinco años, el sol había hecho cambios increíbles en mí.

Iban delante de mí y yo los seguí. Era un pequeño comedor en medio de la carretera. Un descanso para los viajeros que le falta mucho camino.

Lucas se sentó junto a Roger y yo me senté frente a ellos compartiendo la mesa.

—¿Qué quieren de comer? —Preguntó él, observando el menú—. No poseemos mucho dinero, pero algo podemos costearnos.

Lucas me miraba inquieto. Y yo estaba intentado tener un momento a solas con él para que me dijera que le ocurría.

—Ve por agua. Allá, a la nevera.

Roger se levantó, y fue.

Lucas empezó a llorar silenciosamente, de repente. —¿Ya no podré hablar más así? —Me preguntó hablando el idioma prohibido.

Negué con la cabeza.

—¿Es verdad que es papi?, ¿por qué no me lo dijiste?, ¿para dónde vamos?, ¿es verdad que es una aventura?

Cuando iba a responderle, Roger había llegado, y detrás de él la mesera.

—¿A dónde vamos Roger? —Le pregunté.

—Alemania. —Comentó, moviendo los dedos de sus manos alrededor de un pote de sal, parecía estrangularlo, dejó de mirar sus dedos y subió la mirada hacia mí, me sonreía—. ¿No te emociona volver a casa?

Nos quedamos en un motel por solo una noche en lo que esperábamos la llegada de un "paquete". En ese tiempo, el pequeño se la había pasado mudo, sin hablar. Y no encontraba qué hacer o con qué jugar.

Lucas se pasó todo el tiempo haciendo bembita. Quería demostrar que estaba triste pero no estaba autorizado a expresarlo con sus palabras. No sabía si él odiaba a su nuevo padre o sí en cambio le agarraba cariño.

El segundo día Roger vino con el paquete; eran pasaportes, falsos o no, los boletos estaban comprados, y entonces, si subía a ese avión, ¿significaba que lo perdonaba?

Lo que el hielo ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora