Lo que el hielo ocultó: descubre.

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Capítulo 8

Lo que el hielo ocultó: descubre.

Roger Bernard estaba sentado frente a mí, mientras yo sentía que el aire frío congelaba mis mejillas. El río parecía arrullar al fondo, aunque más adelante me daría cuenta de que solo había sido un espejismo eso de escuchar ese sonido debajo del puente. Bebíamos cerveza marrón en silencio. Él muy pensativo, con esa calma que siempre emanaba de él.

Honestamente, él parecía un ángel. Tenía ese aire de simpleza y tranquilidad de galán que te llamaba. Sus ojos claros me derretían y lo que más quería era otro beso de él, o que me tocara. Sin embargo no voy a mentir, estaba actuando un poco más tímida después de lo que había pasado en su consultorio. Pensé que el malinterpretó eso pensando de que yo no estaba lista para la relación, pero lo estaba, lo único que no estaba tan lista para irnos de repente a la parte sexual.

Yo tranquilamente podía conformarme con su compañía y con que me dejara observarlo a él mirar el lugar, la forma en que veía su perfil si miraba a otra parte, su manera de beber del vaso de la cerveza, y la forma en que su barba muy corta lo hacía lucir misterioso.

Me serví un poco más de cerveza, y me limpié la garganta.

—¿Tienes hijos?

Bajó la cerveza.

—No.

—¿Pero si has estado casado?

Levantó la vista.

—Sí, una sola vez.

Asentí, más curiosa.

—¿Y qué le pasó, se divorciaron?

—Lamentablemente.

Nos quedamos en silencio. Repasé su respuesta miles de veces: ¿Lamentablemente?, ¿Cómo me decía eso así sin más?, ¿Cuánto tiempo hacía de eso? Me hice esas preguntas. Me mordí el labio y después bebí más cerveza.

—Te vas a emborrachar tanto que tendré que llevarte a casa en los brazos.

Sonreí mostrando los dientes.

—Eso me gustaría, Roger Bernard.

—Lo que me recuerda, hay algo que me debes.

—¿Sí? —pregunté alzando las cejas—, ¿Qué será?

—Bailar para mí.

Yo me reí, pero él no, supuse que era en serio. Y me dejé de reír.

Caminamos fuera de la cafetería con las manos agarradas. Las personas, algunas, nos miraban curiosos pero tratando de disimular que no nos miraban, yo deseaba que él no lo notara.

Nos detuvimos en un pequeño puente que se encontraba encima de un pequeño arroyo, a una calle y media estaba su camioneta negra. Nos recostamos de la barandilla, y mientras el miraba al cielo gris yo miraba al arroyo.

—Parece como si no se moviera.

Roger quitó una pinza que mantenía mi pollina lejos de mi cara, lo que hizo que cubriera casi mis ojos por completo, y la lanzó al arroyo pero no se hundió, sino que quedó en la superficie.

—¡Congelado! —Me reí, feliz; ya había lugares con agua congelada, quizás desde diciembre. Tenía la idea de seguir el arroyo hasta el final, pero era muy estrecho como para patinar en él.

Me devolvió la sonrisa, aunque quizás no entendía del todo mi felicidad, más adelante lo sabría con más detalle y, él, o el destino, se aseguraría de cambiar eso de dulce a amargo.

Lo que el hielo ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora