Lo que el hielo ocultó: persuade.

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Capítulo 9

Lo que el hielo ocultó: persuade.

Eran las seis de la tarde y no había rastro de él. Estaba desesperada, de alguna forma decepcionada, fui a mi habitación para desmaquillarme. Con el algodón en las manos me paré frente al espejo. Casi me dieron ganas de llorar, ¿pero por qué llorar por él, si éramos todavía desconocidos?

Me miré a los ojos. Estaba bien. Simplemente debía olvidarme de él.

En ese mismo instante, o segundos después de proponerme olvidarme de cualquier chance para empezar una relación con él, el timbre de la puerta sonó.

Eran las 6:30pm. Una hora y media después de lo pactado. Sentí ganas de cerrarle la puerta en la cara, pero su cara de esa forma, y la barra de chocolate en la mano, me hicieron esperar por su excusa.

—Tuve inconvenientes.

Me besó la mejilla mientras depositaba el chocolate en mi mano. Después me miraba.

—Entiendo. —Miré el chocolate de envoltura dorada en mi mano. Me dijo que se había detenido en un quiosco solo para comprármelo como regalo de disculpas.

Le creí.

Paseamos por la ciudad de Múnich. Las luces poniendo un sentimiento melancólico en mí y el hecho de que estaba en una cita de noche con él, con Roger Bernard. Las cosas me habían salido tan genial, pensaba, él me gustaba, me estaba haciendo caso, yo realmente me sentía bien. Nada me estaba preocupando excepto el hecho de que él seguía saliendo los fines de semana, pero ni siquiera le prestaba tanta atención a ese hecho.

El mes de febrero fue el mes en donde perdí toda la modestia con Roger, fue el mes en donde él me llevó a hacer cosas que yo nunca me imaginé haría, pequeñas dosis, de apoco, y después las altas.

Nosotros estábamos oficialmente saliendo, no éramos novios, sino saliendo, casi novios, yo era su querida.

Después de comer un sándwich parqueados en frente al lugar donde lo habíamos comprado. El me preguntó:

—¿Te sientes lista?

Yo dije que sí, y no sabía exactamente qué era, aunque me hacia la idea. El metió su camioneta en el subterráneo de un edificio color bronce, que en realidad se veía así por las luces, y tomamos el ascensor hasta un pent-house. Y yo, que nunca había visto tanto lujo en mi vida estaba maravillada solo con la habitación principal del departamento gigante.

Me llenó los ojos solo con eso, que tenía un departamento de lujo, que quizás ahí pasaba los fines de semana.

Me besó los hombros, y después me pidió que bailara. Yo estaba muerta de nervios, pero ansiosa de hacerlo. No porque él quería, sino porque yo quería hacerlo.

Yo quería. Debía convencerme de eso, el hecho de que después me haya arrepentido es otra cosa, pero esa primera vez, cuando bailé en frente de él, me había sentido tan volátil, porque el solo hecho de que él me mirara así mientras lo hacía había sido todo lo que necesitaba como mujer.

Cuando acabé, dejé escapar una sonrisa nerviosa. Él se levantó, y puso su mano en mi cintura, muy cerca de mí.

—Perfecto.

«Perfecto, bien, excelente, bien hecho, puedes mejorar», yo estaba acostumbrada a esas expresiones cada vez que hacia un movimiento bien en la academia de patinaje, así que la misma sensación de satisfacción que sentía cuando hacía algo bien en el entrenamiento o en la pista, la sentí en ese momento, pero el doble de intenso, y con otra sensación más ligada al deseo que sentía por él.

Lo que el hielo ocultóWhere stories live. Discover now