Lo que el hielo ocultó: avergüenza

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Capítulo 10

Lo que el hielo ocultó: avergüenza.

—No entiendo como alguien querría divorciarse de ti... —le dije mirando la lámpara que estaba colgando del techo.

La habitación de la casa de Roger se sentía vacía, algo faltaba, como retratos o vida, quizás eso. Pero no por vacía me refería a que no tenía trastes, porque los tenía. Una gran cama, un lujoso closet, espejo, un gavetero, lámparas y un juego de cortinaje color caqui cubriendo las ventanas, era lo poco que podía mencionar o que al menos recuerdo del momento.

—A mí tampoco.

Me reí de su respuesta, él terminaba de beberse una copa de vino tinto y yo me quitaba los pendientes.

—No es juego, hablo en serio.

—Yo también —respondió. Se acostó a mi lado con su ropa puesta. Volteé el rostro hacia la mesita del otro lado y puse el collar y los pendientes encima de ella.

—Lo que sea. —Lo miraba ahora y él me devolvía la mirada. Lucia relajado—. ¿Por qué te dejó, Roger?

Se alzó de hombros indiferente.

—No lo sé, el divorcio llegó a mi consultorio y ya era muy tarde para todo.

Torcí la boca en una mueca.

Nunca fue incómodo, al menos para mí, el hablar de su esposa. Sentía que al hablar de ella daba a demostrar que no me interesaba y, que él al hablar de ella con esa dejadez, me demostraba que ya no le afectaba en nada.

Me incliné sobre él, y lo besé, besos cortos en los labios, en la quijada.

Me reí entre dientes.

—Tú mamá estará enojada cuando se entere de que estás en mi casa besándome a la fuerza. —Se burló.

Seguí sonriendo.

—En realidad no. —Me enderecé otra vez en la cama, me arreglé el vestido—. Ella seguro ni amanecerá en casa, seguro está haciendo travesuras.

Ambos nos reímos.

Dejé escapar un suspiro después de unos segundos.

—Bueno, tú papá lo haría.

Iba a buscar mis zapatos pero antes de que mis pies tocaran el suelo, Roger me haló suavemente hacia su lado.

—¿Qué es un papá, Roger? —Le pregunté en voz baja.

—¿Qué quieres decir? —Me pidió, una de sus manos estaba debajo de mi cabeza.

—Que no tengo papá, así que no te preocupes por eso.

—Ah... —Alzó la quijada, y se acomodó.

Volví a besarlo.

Es justo ahí donde radica uno de mis puntos en mi relación con él y donde está la razón de por la cual un hombre maduro como él me atrajera: estábamos los dos en esa cama, en su casa, siendo casi las once de la noche, y él no intentó nada.

Un chico de mi edad en esa misma situación hubiese intentado meterse en mi ropa interior. Y no era que en el futuro Roger no intentaría lo mismo, era que primero él se ganó mi confianza.

Como cuando encariñas a un pajarito con un poco de ramillas secas y después lo encierras en una jaula.

Roger mantenía sus manos a la vista y solo atendía a besarme, porque yo lo estaba besando. No apresuraba el beso ni lo hacía muy lento, sino normal. Pasé mitad de la noche sobre su regazo, besándole, separándome para sonreír y después besándole las mejillas y los labios.

Lo que el hielo ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora