C a p í t u l o T r e i n t a Y S i e t e

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C
 
  
 
 
 Colin Allard.

Lo que en la mañana era una amenaza de llovizna con fuertes vientos, se convirtió rápidamente en un torrencial. Lo había presenciado desde el momento en que la primera gota de agua resbaló en el cristal de la cafetería hasta que las últimas golpearon la carretera de enfrente.

Un hombre de unos ochenta y cinco años sentado en la mesa que tenía al lado había sacudido el periódico tras decir que el cielo tenía pinta de estar apunto de romperse.

Eso hubiera pasado y lo único que me seguiría importando era que Carlee no había venido.

—¿Va a ordenar algo más? —La mesera me miró con fastidio; era la segunda vez que venía a tomar mi orden y del par de horas que llevaba sentado en esa mesa, había bebido solamente una limonada.

Miré la hora de nuevo, marcaban las 18:10. Entré a la aplicación de mensajería solo para comprobar que mi mensaje seguía en leído.

—No —le respondí entonces, sintiendo que un nudo se ponía en mi garganta. No pude evitar mirar la entrada antes de ponerme de pie y sacar mi billetera—. Lo lamento, mi acompañante no pudo venir.

Dejé un par de billetes en la mesa y abandoné el local.

El cielo continuaba nublado y una ligera llovizna apenas me mojaba las mangas de la chaqueta. El clima era tremendo y, aunque me había tratado de convencer de que esa era la razón por la que no había venido, sabía en el fondo que no era así.

Porque Carlee me hubiera llamado, hubiera enviado un mensaje, una nota de voz, cualquier cosa.

No venir fue su decisión. Y era justa, claro que sí. Le había entregado la carta, habíamos sido sinceros después de tantos días sin hablarnos, y mi mensaje estaba leído. Era todo lo que me quedaba. Yo lo había arruinado. Era el resultado de mis acciones.

Entré a mi auto aparcado a un costado de la acera y por un momento me quedé ahí, con las manos rodeando el volante. No pensé encenderlo, ni pensé en marcharme. Crucé los brazos y recosté la cabeza sobre ellos. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas. El primer sollozo me salió desde adentro.

—Es todo —balbuceé a la nada—. Se acabó. ¿Cómo se supone...?

«... que continúe sin Carlee.»

Un sollozo me cortó la frase. Sentía el pecho oprimido. Sentía que el mundo se me estaba viniendo encima. Había oído antes cuánto dolía un corazón roto y me había sentido similar durante las últimas dos semanas, pero esa mañana había tenido la esperanza de que fuese distinto. Qué estúpido. ¿Cómo podía esperar algo? ¿Cómo si yo le había causado el daño?

Mi teléfono vibró en el bolsillo interior de mi chaqueta en una llamada. El nombre «Casper» iluminaba la pantalla. Me faltaban ganas de hablar con mi hermano, pero de todos modos descolgué.

—¿Bueno?

—¿Sigues en la cafetería?

Me apetecía colgar y seguir en lo mío. Mi novia me había dejado. En teoría, lo había hecho hacía horas, pero en ese momento era real. Y me dolía como el infierno. Sin embargo, también sabía que debía hacerme a la idea, debía acostumbrarme a ser sin ella. Carlee me había dejado, era definitivo.

—Sí —me aclaré la garganta—, no vino.

—Colin —pronunció mi nombre de un modo que me inquietó. Raramente mi hermano podía emplear un tono de seriedad absoluta. Esa fue una de esas—. Hay algo que debo decirte, pero me tienes que prometer que no vas a perder la cabeza, ¿entiendes?

Un corazón para sanarWhere stories live. Discover now