C a p í t u l o D i e c i s i e t e

399 51 8
                                    

Carlee Ainsworth.

No era una persona de silencios.

Y no porque tuviese la habilidad natural para llenarlos.

En cualquier circunstancia podía forzar la conversación, caer en el bucle del clima o soltar alguna barbaridad que fuese lo bastante convincente para evitarme tenerlos; o lo que me había puesto a salvo los últimos años: rodearme de personas con las que podía tener aquellos huecos repletos de silencio sin que se sintiesen tan vacíos. Personas como mis padres, o mi mejor amigo, o simplemente Colin. Con él no había necesitado palabras desde el principio, porque podíamos conectar sin decirnos nada. Sin embargo, en aquel momento cuando tenía las secuelas de un recuerdo pavoroso y sus ojos sobre los míos, recordé que de cualquier menea, nunca sería una persona de silencios

—¿Tuviste una pesadilla, Carlee?

Se me puso un nudo en la garganta.

Lo preguntó suave, cauteloso, como si supiese la respuesta pero no quisiese aceptarlo.

—No es nada. ¿Podrías… podrías llevarme a la casa de Margot? Son como las cinco de la madrugada, mierda —me temblaba la mano—. ¿Podemos irnos, por favor?

El auto estaba apagado. No recordaba que él lo hubiera hecho. Lo vi palpar un costado del asiento de dónde sacó la llave metálica, la introdujo en el compartimiento pero no la giró.  

—¿Qué haces después de despertar, Carlee? ¿Cómo… cómo lo asimilas?

Estrujé entre mis dedos la tela de la sudadera, impaciente, nerviosa, retraída.

—No es algo con lo que deba cargar siempre.

—¿Por qué ahora?

—Porque es lo que hace mi mente, Colin —solté en un tono exhausto—, porque cuando algo sucede, cuando algo me inquieta o me perturba y rompe toda mi monotonía, esto es lo que pasa. No puedo evitarlo del todo, pero estoy mejorando. Te prometo que lo estoy haciendo.

No lo había dicho antes en voz alta, nunca se lo había admitido a nadie con tanta honestidad y, aunque fue liberador de algún modo, no pude evitar pensar que era al mismo tiempo doloroso. ¿Por qué no había notado antes lo devastador que sonaba? Detestaba sentirme como el resultado de los trocitos en los que una vez me había roto.

Yo era más que eso.

Intentaba ser más que eso.

Quería ser más que eso.

—Carlee, tú me importas —dijo en un susurro, deslizando las manos en el volante—. Me importa lo que te pase; me afecta lo que te afecte; me va a doler lo que te haga sentir dolor; y me importa lo que te hagan. Simplemente tú, me importas tú, ¿entiendes lo que intento decirte?

Lo miré a los ojos con el estómago revuelto por las emociones.

—Si —dejé ir el aire entre los dientes—, creo que lo hago.

El camino a casa de Margot no fue más tranquilo.

Pensé por un instante pedirle que me llevara a mi casa, porque nada me apetecía más que meterme debajo de mis sábanas y sentir que podía desaparecer del mundo. Pero necesitaba no derrumbarme ante esto, incluso cuando me sintiese a nada de hacerlo; necesitaba resistir. Y era en aquel apartamento donde debían estar esperándome. Busqué mi teléfono en el bolsillo interno de mi disfraz y me di cuenta que tenía algunos mensajes de mis padres, intenté que se me notase en calma cuando les escribí una respuesta.

Llegamos veinte minutos después. Frenó el auto frente al edificio moderno en el que vivía Margot con su novio, Justin, desde hacia un par de meses. Fue un buen momento para recordar que nunca había estado en aquel lugar. Lo miré mientras cerraba la puerta del copiloto y bajé en compañía de Colin. No sabía cuánto necesitaba sentir el contacto humano cuando me abrazó de lado en el elevador, recargué mi cabeza en su hombro durante ese par de minutos y después caminamos hasta el apartamento.

Un corazón para sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora