C a p í t u l o O n c e

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Colin Allard.

Yo solía tener una idea de mí mismo y del mundo que me rodeaba.

Solía creer que el control y su ciencia era algo que podía tener en mis manos; que mi mundo de orden iba a quedarse como estaba de manera permanente; solía creer que aquella tranquilidad en la que vivía estaría ahí siempre. Era lo único que conocía y creía que era suficiente.

Hasta ese momento, cuando la besé. A ella. Después de haber pasado los últimos días imaginando cómo se sentirían sus labios, lo estaba descubriendo finalmente. Y lo estaba disfrutando, yo y mi corazón y mi cabeza, lo estaba disfrutando tanto que me hubiera gustado besarla el día entero, toda la semana, toda mi maldita vida…

Sin embargo, el teléfono que ella tenía en el regazo empezó a vibrar. Se apartó y contestó antes de que pudiera decirle algo.

—¿Aló? —«mierda, es tan preciosa», pensé mientras la veía apartarse el cabello del rostro, con las manos temblorosas—. Si, mamá, estoy bien, no tienes que preocuparte, no me ha pasado nada a mí… te lo contaré en casa, estoy con Colin… mamá, no puedo hablarte ahora, iré a casa pronto, ¿vale?

Y colgó. Miró la pantalla de su teléfono por un instante. El corazón me latía tan de prisa, que pensé que se me saldría. Me remojé los labios, tenía una sonrisa en la boca que no podía quitarme.

—Carlee, yo…

—Tengo que irme —dijo de pronto, aún con la vista baja—. Siento mucho lo de Poilue, sé que cuánto te importaba. Pero, Colin, vas a estar bien, todo va a mejorar, lo extrañarás pero también aprenderás a recordarlo con alegría.

Habló con rapidez mientras se colgaba la mochila en el hombro y se ponía de pie. La miré, atónito. La sonrisa se me desdibujó de a poco y la emoción de aquel instante, de aquel alucinante beso, se evaporó en un segundo. Y la miré de nuevo, su lenguaje corporal me decía a gritos que quería marcharse. Y me invadió el pánico porque no quería perderla, a mi amiga, a Carlee, aunque en ese momento me estuviera muriendo por besarla de nuevo, lo único que no quería era perderla.

—Espera, Carlee…

Ella se detuvo de espaldas, pero antes de que pudiera decirle algo, tocaron la puerta.

—Colin, ¿podemos pasar? —eran mis hermanos.

No les respondí de inmediato. Seguía mirando a Carlee, ella se giró por un instante y descubrí que tenía los ojos empañados por las lágrimas. Un nudo se formó en mi garganta.

—Adelante —grité finalmente.

Entonces entraron. Tuve un momento de debilidad cuando vi a Crystal con las mejillas sonrojadas por las lágrimas, quise abrazarla y llorar con ella. Pero lo que hice fue acercarme y besar su frente.

—¿Estás bien ahora, Colin? —me preguntó con suavidad.

—Si, vamos a estar bien.

Esa mañana después de que lo durmieran, mi padre se encargó de lo demás. Yo estuve con él cuando mi perro dejó de respirar, pero lo que venía después… no pude con eso. Mis hermanos se quedaron en casa, no lo vieron más y yo no los vi a ellos desde que corrimos a la veterinaria creyendo que todo estaría bien.

Casper se enderezó al ver a la chica tras de mí.

—Llegaste pronto.

—Si, vine en taxi —observó a mi hermana con cuidado—. ¿Te sientes mejor?

Un corazón para sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora