C a p í t u l o V e i n t i s i e t e

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Carlee Ainsworth.

[enero 04, 2018]


Lo primero que pude notar fue la espesa y repentina negrura en la que estaba envuelta. Luego de eso, una ligera ventisca bulliciosa, lo suficientemente helada como para provocar una sacudida en mi cuerpo haciendo que notara la ausencia de ropa.

¿Dónde estaba?

En ese instante y casi como si fuese un movimiento predeterminado, empecé a caminar. Fue como si mi cuerpo estuviese programado para hacerlo. Avancé por un sendero oscuro y tétrico, la luz tenue de la luna me permitía ver el camino rodeado de árboles con ramas enormes y gruesas. La tierra se sentía debajo de mis pies desnudos y las rocas me lastimaban la piel.

Estaba en un bosque.

De pronto, un sonido agudo, casi de ultratumba proveniente de una vez femenina, me hizo sobresaltar. «¡Carlee!», gritó. Por inercia, busqué en todas las direcciones esperando encontrar a la dueña de la voz, pero lo único que me rodeaba era la espesa maleza y una evidente ausencia de vida.

Un sonido desgarrador, volvió a gritar, «¡Carlee!».

El pánico me invadió. Mis pies seguían moviéndose con voluntad propia por el rocoso camino. Las ramas me aruñaban los brazos, el abdomen descubierto y la piel de mis muslos. Me ardía, me dolía, podía sentir la sangre espesa brotando de las heridas.

«¡Carlee! ¡Carlee! ¡Carlee!»

Entonces, caí.

Mis rodillas y manos impactaron sobre una cama de hojas secas. El sonido me aturdió. Y grité atemorizada, desesperada por estar atrapada en mi propio cuerpo, incapaz de tener el control, solo manteniéndome recargada en un estado de petrificación. La respiración se me puso errática. Y todo empeoró en el momento que vislumbré una silueta en la distancia. Tenía el rostro oculto por la capucha de una chaqueta gruesa. No era capaz de identificar quien era.

—Aquí estás —dijo de la nada.

Tenía miedo.

—Aquí estás, Carlee.

Esa sensación se intensificó cuando un grito ensordecedor provino de otra dirección:

—¡Aquí estás, Carlee!

Después de eso, la silueta emprendió una corrida en mi dirección, entretanto yo no podía hacer más que observarlo hacerlo, sin control de mi cuerpo, a la expectativa, resignada, y de pronto...

Desperté sobresaltada, sentándome en la cama y sosteniéndome el pecho dolorido por mis erráticas respiraciones. De manera instintiva me revisé el abdomen, los brazos, las piernas, el rostro, como si alguna señal de herida o sangre pudiese manifestarse de repente.

—Estoy bien —sonaba sofocada—. Estoy bien. Estoy bien. Solo fue sueño.

«Pesadilla», me corrigió una voz profunda en mi cabeza que no oía hacía mucho tiempo. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Había lidiado con las pesadillas los últimos años, al principio como algo constante que no quería dejarme. En la actualidad, iban y venían con tan poca frecuencia, que mantenía la absurda esperanza de que fuesen las últimas. Pero no lo eran. Siempre terminaba pasando. «Lo puedo conseguir. A mi ritmo. Puedo hacerlo». Tomé unas respiraciones, tal y como lo había aprendido tiempo atrás. No supe cuánto trascurrió hasta que pude recostarme de nuevo. Sin embargo, el sueño no lo pude volver a conciliar.

(...)

—¿Mm? ¿quién habla? ¿qué quiere? —contestó del otro lado del altavoz. Hasta entonces había estado revolviendo las repisas de mi habitación; primero las del armario y después, en el momento que marqué el número más frecuente en mis contactos, las que estaban sobre el escritorio repletas de artefactos empolvados. Sin embargo, detuve mi labor para poder recriminarle sin distracciones:

Un corazón para sanarWhere stories live. Discover now