C a p í t u l o T r e i n t a

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Carlee.

[enero 10, 2018]



Nadie nunca quiere que le rompan el corazón.

Es por eso por lo que algunas personas huyen de lo que ocurre cuando una mirada se siente en las puntas de los dedos; cuando una sonrisa te abruma en el mejor de los sentidos; cuando el contacto de la piel, aunque sea accidental, te sacude la tripa. Es porque el dolor, la idea en sí, causa un miedo visceral. Entonces aparece la conclusión de que evitar un corazón roto es paralelo a evitar enamorarse. A mí me parecía que era algo más complicado que eso. Porque, en mi experiencia, los corazones se rompían por más causas que el simple riesgo de amar a alguien más. Me daba por pensar que esa era la razón por la que había cedido a enamorarme, porque mi corazón se había roto mucho antes de hacerlo por primera vez. El amor romántico no es el único que puede romperte. No es sencillo recogerte y armarte, toma tiempo, y a mí me había tomado un motón. A veces me daba por pensar que, a lo mejor mi corazón era un órgano agrietado y defectuoso. Eran cosas que solamente pensaba. En ese momento, mientras terminaba de atarme los cordones de los zapatos, se me ocurrió que quizá algunos pedacitos se me habían caído durante los últimos dos días.

—Si no tienes ganas de ir a la escuela, solo tienes que decirlo. Lo sabes, ¿verdad?

Escuchar a Davy me arrancó de mis pensamientos. Levanté la cabeza y lo encontré en mi cama, acurrucado y somnoliento.

Se había quedado a dormir las últimas dos noches en mi casa. No porque se lo hubiera pedido o porque estuviese tan devastada como para necesitarlo. Sus padres habían salido de la ciudad la tarde anterior para asistir al entierro de un familiar lejano y no llegaban hasta el anochecer. Él no lo conocía, ni a la familia detrás de aquella persona, así que no tenía que faltar a clase para asistir. Sus padres prácticamente lo pidieron a los míos vigilarlo, pero no hubiera sido necesario hacerlo para que decidiera mudarse temporalmente a mi habitación.

—No quiero faltar —respondí finalmente.

—¿Segura?

—Davy, no vale la pena quedarme en casa y perder más clase de la que ya he perdido —no parecía muy convencido, pero eso era porque él se preocupaba demasiado—. Mejor dime tú como vas, ¿sigues achantado?

—Si —suspiró con pesar—, mi vida es una tragedia, mis relaciones también y ni hablar de mis calificaciones. Es como si el mundo se hubiera puesto en mi contra. Y, ¿todo por qué? ¿porque un chico me gustó? ¿porque no esperé hasta el matrimonio?

—Por nada de eso. Ocurren las casualidades.

Davy levantó la cabeza.

—¿Te parece casualidad que mi última pareja sea uno de los mejores amigos de la hija de la mejor amiga de mi madre a quien veo, prácticamente, todos los fines de semana?

Bastó con que soltara ese trabalenguas para pegar de nuevo la mejilla a mis sábanas.

—¿Ashton siguió escribiéndote? —le pregunté, atenta a la tarea de recogerme el cabello en una coleta baja y floja.

—No. Pero les da corazones a todas mis historias.

Fruncí los labios. Cuando terminé, me volteé en su dirección.

—A lo mejor no va a su fiesta.

—Solo tú no irías a la fiesta de cumpleaños de tu mejor amigo.

—Eso es mentira —salté de inmediato. Sus fiestas de cumpleaños eran las únicas a las que iba, pero me metería en esa conversación con alguien tan terco como él—. Pues si no quiere verlo por las razones que tengas para no hacerlo, tal vez no deberías ir tú.

Un corazón para sanarWhere stories live. Discover now