C a p í t u l o O c h o

667 59 3
                                    

Hay cosas que pesan más de lo que podemos cargar.

Septiembre 24, 2017.


—Kaia Adal, ¿en dónde está mamá? —volví a preguntar.

Había casi media docena de niñas en el hall de mi casa, todas ellas con el uniforme de la primaria, mirándome con una sonrisita. El perchero seguía en el suelo, supuse que aquel había sido el ruido alarmante que oí desde afuera.

—Kaia —insistí.

—¡Colin! —reaccionó ella, como evadiéndome. Corrió hacia él y las demás niñitas fueron tras ella—. No sabía que ibas a venir, Carlee nunca me dice nada y... ¿qué te pasó en la boca?

Se tocó la comisura de la boca.

—No fue nada, un accidente.

—¿Te duele?

—Solo un poco.

Las cinco niñas le sonrieron. Me pareció una escena atemorizante, ni siquiera conocía a la mitad de ellas, quizá a Andra que vivía a tres casas y a Valery, que había ido a la misma guardería que Kaia. De resto, estaba en blanco.

—Bueno, cómo iba a decir, amigas, él es Colin... solo Colin, y es el chico que mi hermana trajo a casa —extendió las manos como si estuviera enseñando una obra de arte—. Car me dijo que es de Francia y que es muy simpático y que lee libros muy gordos.

—¿Cómo la biblia?

—Tal vez, Andra.

—¿Y es tu amigo? —me preguntó una pelirroja de cabello alborotado. Pero Kaia no me dejó responder, cuando traía amigas a la casa, se comportaba como la guía de un tour turístico.

—No lo creo, mi hermana no tiene muchos amigos.

Suspiré, volví a intentarlo.

—Kaia, ¿dónde está mamá?

Ella se encogió de hombros, manteniendo la mirada en el chico de pie junto a mí, que empezaba a acojonarse. Luego, todas empezaron a hacerle preguntas sin parar. Lo dejé en esa escena incómoda y me aproximé a la chica delgada y alta con rasgos asiáticos que había aparecido. Levantó el perchero del suelo y se giró hacía mí cuando me notó.

—Tú debes ser Carlee, ¿no es cierto?

—Si, soy yo —asentí—, ¿podrías decirme qué sucede aquí?

—Soy Leah —se sacudió las manos—. La señora Ainsworth tuvo un imprevisto en el trabajo y me llamó para cuidar a Kaia, soy la niñera.

—Vale, entiendo eso pero ¿las otras cuatro personitas en mi casa?

Leah las miró, detuvo su escrutinio un segundo en Colin y luego volvió a verme a mi.

—Creo que fue un trato de consolación. Kaia no quería una niñera, dijo algo como ser demasiado grande para tener una y tu mamá tenía prisa. Las cinco niñas bajaron del auto cuando yo ya estaba aquí.

Eso sonaba bastante como mi hermana menor.

—Bueno, traje un amigo a casa, tenemos tarea y vamos a estar en mi habitación toda la tarde.

Leah me dijo que iba a ordenar algo para comer y que nos apartaría para dentro de un rato. Se lo agradecí y pensé que era hora de echarle una mano a Colin con ese grupo de niñas dando brincos y vueltas a su alrededor. Cuando nos las quitamos de encima, subimos a mi habitación. Antes de empezar con la parte incompleta del trabajo, revisamos lo que habíamos hecho para ponernos al corriente, cuando lo vi, pensé que estábamos haciendo un gran trabajo. Era sensacional lo fácil que era trabajar con Colin, sabíamos comunicarnos y comprendía de inmediato todo lo que se me pasaba por la cabeza, del mismo modo que yo a él. No era tedioso, no era raro, no era confuso.

Un corazón para sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora