Capítulo 32

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Jayson

—Te trae loco.— Leo comentó de repente mientras atravesábamos el centro comercial.

—¿Qué?

—Ally, te trae loco.— Repitió con una sonrisa burlona. —De verdad creí después de tirártela se te pasaría...

—No me la tiré.— Solté de repente, y el arqueó una ceja. Puse los ojos en blanco. —Cierra la boca.— Mascullé, observando la enorme fila que había fuera de puesto y él rió.

—¿Quieres ir a beber con los chicos esta noche?

—No puedo, ya le dije a Faroles que pasaría por ella.

—Esclavo.— Susurró, mientras la fila avanzaba y preparó su billetera. —Que año más raro.— Asentí.

—Así que finalmente te has decidido por una universidad. Y eso que te han ofrecido la beca de deportes también.

—No es para tanto.

—He oído que tienen casos importantes en Cambridge, son como los nerds de las leyes.— Dije y asintió con una sonrisa. —Una taza de éxito del setenta por ciento.

—Setenta y cinco ¿has estado investigando?

—Quiero saber a donde mierda te mudarás.

—Al menos ganaré algo salvándote el culo.— Ambos reímos —Ojalá no tuviera que irme.

—Es una de las mejores universidades, serías idiota al rechazar la oportunidad.— Respondí, aunque yo deseaba lo mismo, y después le di una palmada en el hombro. —¡Ya no seas tan marica! Solo son un par de años y después podrás limpiarte el trasero con billetes y ni siquiera querrás volver.

—Es curioso que lo diga el que rechaza un contrato solo para quedarse.— Comentó y fruncí el ceño.

—Tengo mis motivos.

—Aún no he hablado con Lucia.— Dijo de repente, mirando un punto fijo en el suelo, mientras avanzaba robóticamente detrás de la línea de personas. —Se que dicen que las relaciones no pasan de la graduación pero...

—¿Quién dice eso?

—Tú solías hacerlo todo el tiempo.

—¿De verdad?— Pregunté y soltó una burla.

—¡Ah! Pero fue antes, el nuevo Jay enamorado iría hasta el infierno por su amada.

—Cierra el pico.— Le di un empujón y me crucé de brazos, de repente pensando que había sido el año más extraño, después de todo. —Todavía tenemos hasta el final del año.— Susurré. Él asintió, mientras finalmente llegamos al mostrador.

—Cierto.— Sonrió, poniendo los billetes sobre la mesa, y yo hice lo mismo. —Cuatro entradas por favor.

*****

—¿Tienen hambre?— Helen preguntó, aunque ya tenía una bandeja de emparedados en las manos. Leo arrojó su abrigó al sofá y se adelantó a la cocina.

—Yo si. Aquí huele delicioso.— Dijo, sentándose en una de las banquetas al rededor de la isla.

—Preparé galletas también.— Ella soltó, orgullosa mientras mi amigo se alteraba como un niño emocionado.

—Yo paso, iré a ducharme y después saldré.— Miré al rededor. —¿Y Connor?

—Se ha pasado el día entero en el trabajo.— Respondió, con aquella mueca que no terminaba de ser un ceño fruncido pero que dejaba en claro su descontento.

Odio no poder odiarteWhere stories live. Discover now