Capítulo 4

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Jayson

Era verano y hacía calor. Había mucho sol en la plaza, pero no me importaba. Podía escuchar el sonido de las risas entremezcladas con el crujir de los juegos moviéndose, y las cornetas de los vendedores ambulantes. Sentía el calor en mí piel, y percibía el aroma a algodón de azúcar con claridad.

Miré alrededor, y todos estaban allí, jugando entre los columpios y carruseles. Leo pretendía ser un guerrero con un pedazo de rama que utilizaba como espada, y perseguía a al niño gordo del otro salón mientras los demás reían. Volteé sobre mí y me encontré con su mirada, un par de ojos verdísimos como un par de gemas de jade que me observaban sonriente.

— ¿No vas a ir a jugar? — Preguntó, soltándome de la mano y asentí.

— ¿Quieres venir? — Le pregunté y dejó salir una risita, tan musical que, aunque la conocía de memoria me revolvía el pecho. Negó con la cabeza, mientras se inclinaba y me besaba la mejilla sonoramente, señalando el lugar donde iba a quedarse.

Me encogí de hombros y corrí hacia el resto, que estaban divirtiéndose bastante. Leo me saludo, y yo moví mi mano en respuesta, mientras pasaba de largo, atravesando los columpios, donde Luke estaba discutiendo con Pit y rodeé el carrusel que estaba ocupado por otros niños que no conocía, sabía que cualquiera podía venir al parque después de todo.

— ¡Déjame, suéltame! — Oí gritar, mientras me volteaba y observaba a la niña de vestido verde en el suelo, rodeada por un grupo de niños que se burlaban, mientras agitaban un lazo sobre ella.

Me aproximé de inmediato, mientras le observaba de espaldas, en el suelo, con los puños cerrados.

— ¡Eh, gordo! Déjala en paz. — Dije, posicionándome por delante, recibiendo un par de ceños fruncidos y una carcajada.

— ¡No te metas, niño bonito! — Respondió, dándome un empujón que me hizo tambalear, mientras él volvía a tomarla del brazo.

— ¡No la toques! — Grité, incorporándome y lanzándome sobre él, al tiempo que ambos caímos sobre la tierra, y rodamos, mientras le atinaba un puñetazo en el rostro que lo hizo llorar.

— ¡Jayson Thomas Miller! — Oí su voz a lo lejos, mientras otro grupo de mujeres se aproximaba y supe que me había metido en problemas, al tiempo que mi madre se aproximaba con una mueca molesta que todavía denotaba la preocupación que intentaba ocultar.

—Gracias. — Volví a oír detrás de mí, mientras intentaba quitarme la tierra de los pantalones sin éxito y entonces volteé a verla.

Un par de ojos enormemente verdes me observaban, detrás de una sonrisa y un rostro empolvado. Brillantes y alegres, como no había visto otros, y yo me quedé ahí, mirándola sin saber que decir.

Mi madre se acercó, de brazos cruzados, y movió el pie de arriba abajo a un par de metros de distancia, esperado que me aproximara. Sin poder evitarlo, volví a ijar la vista en ella, y consideré que solamente había visto un brillo igual en las calles al anochecer.

—Jayson. — Oí a mi madre mascullar con una voz amenazante, y me apresuré a darle el lazo rosado que tenía todavía en mi mano.

—Toma, Faroles. — Dije, mientras nuestros dedos se tocaban y corrí en dirección a mi mamá, que negaba con la cabeza de forma reprobatoria.

— ¡Me llamo Ally! — Ella gritó a mis espaldas.

Inmediatamente abrí los ojos, sobresaltado, con la misma mezcla de sentimientos encontrados que me provocaba soñar con aquel día. Respiré profundamente, revolviéndome el cabello y sentándome en la orilla de la cama, observando la enorme habitación a oscuras.

Odio no poder odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora