- Caídas -

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Por alguna razón nuestra maestra de educación física amaba hacernos trotar por cincuenta minutos alrededor de la cancha de fútbol americano; en esa pista que emulaba la de corredores olímpicos y que el equipo de atletismo de la academia usaba con mucha más seriedad que nosotros.

Como siempre mis compañeros fueron cayendo de a poco, quejándose de la falta de aire o de piernas agotadas; me gustaba verlos rendirse y echarse junto a la pista, pues me inflaba un poco el ego a pesar de que podríamos decir que tenía la ventaja de las piernas fuertes y buena resistencia que había ganado gracias a los años de ballet.

Ya eramos pocos los que continuábamos corriendo, entre ellos Henry, el amor de mi vida y dos chicas más que no necesitaba mencionar. Mi amigo siempre había sido buen corredor, le gustaba alternar entre trote y carrera rápida; él era mi verdadera competencia y ya me iba ganando por una vuelta... Sin embargo mi mente estaba muy distraída viendo la forma en la que Elías corría frente a mi como para contar las vueltas que aún me faltaba completar.

Estaba como hipnotizada sonriendo mientras miraba como el chico más lindo y tierno de la ciudad se volvía a acomodar los lentes ópticos, por lo que me sobresalté y temblé exageradamente cuando sentí una fuerte palmada en la espalda.

-¡Te llevo dos vueltas, perdedora!- gritó Henry entre jadeos.

Se me adelantó sólo unos cuantos pasos y continuó trotando de espaldas para poder mirarme, tenía el ceño fruncido y el rostro sonrosado por el esfuerzo; estaba sudando y a pesar de todo tenía una sonrisa burlesca en los labios.

-¡De ninguna manera!- exclamé y me arrepentí, pues sentí que se me escapaba el aliento.

Él rió jocoso y se llevó una mano a la frente, despidiéndose a lo militar de mi y luego dándome la espalda. Abrí la boca ofendida y miré por sobre mi hombro, vi que las chicas ya se habían detenido y que tan sólo quedábamos los tres. Una parte de mi me decía que continuara deleitándome con las capacidades físicas de Elías, que hasta el momento no había tenido la oportunidad de observar... pero había una voz más fuerte en mi interior que me pedía a gritos que le ganara esta ronda Henry.

Cerré los ojos fastidiada, respire para nivelar los fuertes latidos de mi corazón y eché a correr lo más rápido que pude. Los músculos de mis piernas protestaron por la súbita cantidad de esfuerzo que les exigí, me ardieron los pulmones y en un momento sentí que me estaba acercando demasiado a mi límite.

Escuché a mis compañeros gritar, pues tanto yo como Henry habíamos comenzado a correr en serio. Sabía que él estaba en campaña, por lo que todo lo que hacía lo hacía para impresionar a la gente y ganar votos, lo que significaba que no me lo haría fácil; pero yo quería ganar por el simple hecho de que odiaba perder y eso era tan fuerte como sus motivos.

La carrera se estaba prolongando más de lo necesario y, no podía hablar por él, pero tenía la impresión de que ambos estábamos alcanzado nuestro límite; lo cual se volvió aparente cuando doblamos en una curva y el mundo dio vueltas.

De pronto sentí que mis pies dejaban de tocar el suelo y que el cuerpo se me iba hacia adelante sin que pudiera evitarlo, por instinto me llevé los brazos a la cabeza y apreté la mandíbula preparándome para caer al suelo. Fue instantáneo, caímos juntos y por la velocidad a la que íbamos salimos disparados y enredados como dos muñecas de trapo, muñecas de trapo hechas de hueso.

Cuando el mundo dejó de dar vueltas me hallé adolorida y tirada sobre mi costado en el suelo, sentía la pierna de Henry sobre la cintura y cuando abrí los ojos vi su rodilla peligrosamente cerca de mi cara. Solté un quejido, más de fastidio que de dolor y pronto escuché a alguien más profiriendo una maldición.

Mi Último AñoWhere stories live. Discover now