- Charlas con adultos -

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Nunca se me había ocurrido aprender el arte de cobrar favores, pero estaba comenzando a pensar que tenía muchas cosas para ofrecer que otras personas querían, lo que probablemente me daba cierta ventaja en la vida. Por ejemplo, el salón de eventos que mamá había conseguido para la bienvenida de mis maestros era espectacular, tan espectacular que se me ocurrió que podía sacárselo en cara al rector en caso de que volvieran a castigarme injustamente.

Para empezar, el evento había sido planificado en tiempo récord gracias al equipo de Antony, por lo que cada detalle, desde el catering hasta la decoración, habían sido preparados con esmero y se notaba en los resultados. Los invitados, es decir mis maestros y sus familias, habían comenzado a llegar y no dejaban de hacerle cumplidos a los empleados.

Esto me iba a sacar de detención algún día, lo que me hacía preguntarme qué le había dicho exactamente papá al rector para liberarme de parte del castigo; de todas formas quería ser precavida, pues este año le había caído una maldición a mi familia y yo seguía esperando ver qué rayos iba a amargarme la vida en los próximos meses.

Era un pensamiento algo fatalista, así que decidí tratar de despejar mi mente y concentrarme en el ahora. Estaba en la entrada del salón, observando a mis maestros charlar y sonreír luego de haber escuchado el discurso motivacional del rector; era extraño verlos fuera de la academia comportándose como gente normal.

Reconocí a la mayoría, excepto a algunos que nunca me habían hecho clases porque pertenecían a departamentos que no entraban en mi plan curricular. Se veían contentos, probablemente este tipo de cosas servían para hacerles saber que eran importantes para la institución y no que sólo querían explotarlos con sus extensos horarios de trabajo.

Los maestros trabajaban demasiado, lo sabía porque mi tía Helen hacía clases en una universidad y era impresionante la cantidad de exámenes e informes que debía corregir, sin mencionar el planificar sus clases y encontrar maneras innovadoras de enseñarle a las nuevas generaciones. O al menos eso era lo que ella decía.

-Creo que deberíamos irnos.- escuché decir junto a mí.

Miré por sobre mi hombro y me encontré con mamá. Se veía fabulosa en su vestido con estampado floral, se había recogido el cabello en un tomate sencillo y apenas se había maquillado. En verdad esperaba que sus genes no me fallaran y también me viera así de bien a su edad, sino iba a quejarme con alguien... con quien fuera.

-Mamá, el rector nos invitó a quedarnos, irnos ahora sería muy descortés.- le dije.

-¿Y qué se supone que haga?- me preguntó.-¿Quedarme de pie aquí, sonreír y verme bonita?-

-¿Hablar con ellos?- sugerí, pero pregunté al mismo tiempo.

Ella respiró hondo y cerró los ojos por un segundo, como preparándose para salir al mundo. Era revelador que estuviera tan incomoda, especialmente teniendo en cuenta que se trataba de una mujer que lograba charlar por horas con quien se le cruzara en el camino. En verdad, era un don y una maldición, siempre se las arreglaba para hallar un tema en común con todo aquel que se dignara a saludarla.

-Está bien.- asintió.-Veamos...- murmuró.

Se llevó una mano a la barbilla mientras escaneaba el salón en busca de alguien que se viera medianamente interesante o que al menos conociera. No era de las madres que participaban constantemente en las actividades de la academia, por lo que en realidad había conocido a mis maestros cuando matriculó a Derek y luego había olvidado que existían.

Ella y papá se habían repartido las responsabilidades, él era mi apoderado en la academia y ella era mi apoderada en el conservatorio. Lo que me recordaba algo que tal vez debí comentarle antes de animarla a buscar conversación: que el rector había invitado a papá y que probablemente estaba apunto de llegar.

Mi Último AñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora