Capítulo 58.

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58. Agonía.

Harry's POV.

Cuarto día, por la tarde, del quinto que Abbie tenía como margen.

Me encontraba de nuevo en el sofá de aquella caseta que hacía días que no visitaba. Realmente se me hacía raro estar en el que tanto tiempo fue mi terreno, pero contra los que yo un día consideré de mi parte.

—¡Stewart! ¡Qué agradable sorpresa! – Exclamó Brad, bajando por las chirriantes escaleras de madera.

—No puedo decir lo mismo, Brad. – Contesté.

—Una lástima...

Se acercó a mí y cogió un vaso de cristal, sirviéndose él mismo.

—¿Un trago? – Preguntó.

—No, gracias. – Contesté, irónico.

El hombre encogió sus hombros y disfrutó de su seguramente considerado manjar para él.

—¿Cómo está tu querida Abbie? – Preguntó, sentándose en frente de mí, con una silla.

—Mejor de lo que a ti te gustaría.

—Vaya... Es insistente. No se rinde fácilmente. Me gusta...

—¿De verdad vas a matar a Abbie?

—Solté a tu hermana con unas condiciones, Harry. Quiero las coordenadas mañana por la noche. Sino, tu querida novia morirá.

—¿Por qué la diste una segunda oportunidad, Brad? – Pregunté, quizás con algo de reto en mis palabras.

El hombre rio mientras bebía de su vaso, aparentemente insaciable para él.

—Tenía un buen día.

—Es una Evans, Brad. Sé que lo has hecho por eso. ¿Quién me asegura que vayas a matarla de verdad?

Brad se levantó de mala gana de la silla.

—No pienses que me conmueve que sea una Evans, Stewart, ya te lo dije. Jack está muerto y soy yo quien tiene la sartén por el mango. – Murmuró, con un tono algo amenazante.  – Si quiero acabar con tu querida novia, lo haré sin remordimientos, porque yo he crecido así. Porque yo soy así.

—Tengo las coordenadas, Brad. – Contesté, tajante. Sin ningún tipo de mediaciones.

El hombre carraspeó su garganta y ladeó la cabeza, frunciendo la frente a la vez que los ojos.

—¡¿Qué?! – Exclamó.

—Las tengo. A eso he venido.

—¡¿Realmente las tienes?!

—Sí.

Se le empezó a dibujar una sonrisa entre pícara y maligna en el rostro. Yo tragué saliva, intentando no pensar en las consecuencias que tendría si no eran de verdad las válidas.

Pero ya estaba todo planeado. Ya estaba todo dicho. No había marcha atrás.

—Dámelas. – Exigió.

—Las armas están a unos ciento setenta kilómetros al norte de aquí.

—¡Genial! Entonces, ve a por Abbie y llévala a la casa del lago. No quiero arriesgarme a ir sin vosotros. Ya sabes, para que no huyáis. Así que, haz lo que te digo ahora mismo. – Exigió.

—Ese no era el trato.

Brad arqueó una ceja, insinuante.

—He dicho que lo hagas. Los tratos, como ya sabes, Stewart, los adapto a mí, no a ti.

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