Capítulo 9.

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9. Todo es una simple tontería.

—¡Dime! – Insistía.

No pude reaccionar de otra manera que no fuese a carcajadas. El chico se quedó estupefacto al verme echar a reír en una situación así.

Sus manos fueron directas a su nuca, quizás de la impotencia de no poderme controlar.

—¡¿Por qué te ríes?! – Exclamó.

—¡Pensaba que vivías enfrente! – Musité, entre risas.

—Y pensabas bien.

Las carcajadas terminaron de forma radical. ¿Acaso no debía de haber descartado tan rápidamente de la idea de "Stewart padre de familia"?

—¿Vives enfrente? – Repliqué.

—Es la dirección que doy siempre.

—¿Pero vives ahí?

—Vivo aquí.

—Entonces, ¿Por qué das esa dirección?

—No me gusta que sepan donde vivo. Si doy la dirección del piso de enfrente, siempre vigilo quién quiere visitarme antes de actuar.

La explicación de Stewart no me pareció del todo coherente, sin embargo, el alivio ahora reinaba en mis adentros.

Por aquel entonces, no me daba cuenta de la habilidad de la que gozaba Stewart, y era de la de librarse de mis preguntas que tan solo me hacía a mí misma.

Comencé a atravesar tranquilamente el pasillo naranja, hasta llegar al final, donde se encontraba el alumbrado salón en tonos marrones y lilas.

Un sofá blanco se encontraba en el centro. Debajo, una alfombra de color lila. Muebles alrededor de la sala y una tele de plasma colgando en la pared de enfrente del sofá.

Pequeña pero lujosa. Parecía que Stewart no vivía nada mal.

Me quité el abrigo intentando empatizar con el entorno. Quizás el dejar de ser tan "fría" me ayudaría.

—Oh, venga. Dime. ¿Qué diablos haces aquí?

El chico insistía mientras yo tomé asiento en su cómodo sofá, dejando a mi lado mis pertenencias.

—Tomaré agua, gracias. – Contesté.

El chico acudió rápidamente a donde estaba, poniéndose en frente de mí.

—No te lo preguntaré más, Abbie.

Miré hacia arriba, pues él se encontraba de pie. Su rabia pareció crecer a toda velocidad, tanto que incluso llegó a asustarme. Mis músculos me ayudaron a resguardarme en mí misma.

—S-solo vine a verte. – Contesté, titubeante.

El chico pareció relajarse, incluso sentirse halagado. Soltó un pequeño suspiro y tomó asiento a mi lado.

—No me contestabas a las llamadas, ni siquiera a los mensajes. – Continué. – Sólo quería verte.

—¿Verme? – Replicó, sorprendido.

—Verte.

El chico pestañeó extrañado. Quizás nadie había luchado tanto como yo para conseguir localizarle.

Incluso quizás esa confesión por mi parte hubiera servido para ganar puestos en la apuesta.

Sin embargo, mi frialdad interior se aumentó cuando me di cuenta de algo: No había sido una estrategia para la apuesta, ni siquiera había sido premeditado.

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