Capítulo 16.

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16. Mi desquicio y mi tranquilidad. 

Mis brazos conducían aún temblorosos. La situación vivida hacía unos segundos había sido como una escena de película de acción, la cual solo vería en un momento de descarte.

Harry pasaba su mano por su rostro, completamente atosigado por la situación. Yo, simplemente, me limitaba a conducir por la carretera, rumbo hacia la casa del chico.

Ningún tipo de conversación en los diez minutos que llevábamos juntos en el vehículo. Ningún tipo de contacto desde que me pidió que me fuese de aquella casa.

¡Dios mío! ¿Qué había pasado? ¿Quién era Harry? ¿Por qué había pagado a esos hombres?

—Lo siento, Abbie. – Musitó.

Le miré de reojo y me percaté de que entrelazaba nerviosamente sus dedos, intentando tranquilizarse.

—¿Quién eran ellos? – Pregunté.

El chico puso sus dos grandes manos en su rostro. Echó su cabeza hacia atrás hasta que ésta chocó con el reposacabezas del coche.

Cogió aire.

—A esto me refería cuando te decía que es mejor que no sepas nada de mí. Es mejor que no preguntes quien eran ellos, ni por qué me seguían. No puedo contestarte, Abbie. Me es imposible.

Mis manos agarraron más fuerte el volante. El misterio de Harry me estaba empezando a irritar. Pero de nuevo me di cuenta de que tampoco era esta la situación para reprocharle nada.       

—Siento que hayas tenido que vivir esto. – Se lamentó el chico.

Cerré mis ojos un segundo y también pensé lo mismo que él. Yo también sentía haberlo vivido y no saber qué pasaba.

—Tranquilo. – Contesté. – No te preguntaré nada más.

El chico giró bruscamente su cabeza hacia mí.

Se quedó mirándome durante unos segundos. Después, devolvió la mirada hacia la carretera, echando su pelo hacia atrás, y quizás intentando con ello, quitar la presión del momento vivido.

***

Subíamos las escaleras del rellano de Harry. Ningún tipo de conversación entre nosotros, ningún tipo de comunicación.

Aún estaba consternada de aquello que acababa de pasar, y lo que más me conmovía es que no sabría por qué pasó.

Harry abrió la puerta de su apartamento y me dejó paso. De nuevo lo que siempre me llamaba la atención de su casa: El olor a coco y la pared anaranjada.

—Toma asiento, ahora iré yo. – Me ordenó.

Asentí y atravesé el pasillo, quitándome el abrigo y dejando el bolso donde llevaba todos los libros en el sofá.

Observé cuidadosamente cada cosa del salón. Sin embargo, me percaté de algo: Los únicos cuadros que Harry tenía solo eran los del pasillo y la foto que colgaba de la habitación. Al menos hasta donde yo había visto.

Tomé asiento en el sofá y suspiré. Lo que acababa de vivir había sido algo tan extraño que hasta me hacía sentirme rara.

—Ten. – Murmuró Harry, tendiéndome una copa de vino.

Fruncí el ceño y subí la mirada hasta encontrarme con él, que estaba algo curvado, de pie, delante de mí, tendiéndome la taza.

—¿Vino? – Pregunté, extrañada.

—No puedo ofrecerte menos.

Rodeé la copa con mis dedos y dejé que Harry se sentase a mi lado. Ahora ya no llevaba esa chaqueta de cuero, ahora simplemente llevaba una camiseta de manga corta negra, con un estampado algo colorido en el centro.

—¿No te da miedo estar aquí? – Me preguntó, tras ofrecer un corto y elegante trago a su copa, también de vino.

—¿Por qué? – Pregunté.

—Mira lo que acaba de pasar. Me has dicho que no preguntarás nada más, y te conformas. ¿Por qué? ¿Por qué no te vas, y te olvidas de mí?

¿Por qué? Harry tenía razón. Lo que acabábamos de vivir era razón suficiente como para echar a correr y no volverle a ver en la vida. Y más si pedía que no le exigiese explicaciones.

Pero no. No podía huir, o no quería. O, quizás, algo como esto no era lo suficiente como para convencerme de huir del único chico que parecía haberme hecho sentir cosas desde lo sucedido.

O quizás que simplemente aún estaba totalmente aturdida, y simplemente necesitaba asimilar lo sucedido.

—Supongo que porque te dije que aceptaba esta relación. – Contesté, refiriéndome a la conversación del día anterior en aquel bosque.

Harry curvó el cuerpo, apoyándose en sus rodillas, y atrapando con sus dedos la copa de vino.

Una sonrisa disimulada se destacó en su rostro, mostrando algo de incredulidad.

—Eres tan... tú. – Musitó, mirando a un punto fijo.

Fruncí el ceño y le di un largo trago al vaso, pues estaba sedienta.

—¿Por qué?

—No es la primera vez que me pasa esto, Abbie. Mi vida es así. De huidas, de persecuciones. Soy así, y es algo que no puedo cambiar.

El misterio me quemaba por dentro. ¡Maldita sea! Me moría por preguntarle el por qué de todo esto. 

—Todas las chicas se cansan de mí cuando nunca les cuento cosas de mías, o cuando nunca les digo donde vivo. O cuando ni siquiera les contesto a por qué no las dejo montarse en mi coche.

—He tenido la suerte de poderte conocer algo antes de que pasase esto. – Dije.

—Pero, ¿No me vas a juzgar?

—No puedo, Harry.

El chico me miró. Segundos después, dio un pequeño trago a la copa.

—Abbie... - Murmuró.

—¿Sí?

—Gracias.

Le sonreí y me sentí satisfecha. No sabía quién era Harry de verdad, pero al menos estaba conociendo algo que, como él mismo me había dicho, nadie había conocido. ¿Por miedo? ¿A él? Harry era completamente inofensivo.

El chico dejó la copa en la mesa que había en frente del sofá y se acercó a mí a darme uno de esos abrazos que estaba empezando a acostumbrarme a recibir.

¿Por qué las demás chicas rechazarían esto? Harry era tan misterioso que tan solo eso atraía.

Era dulce y atento, algo que enganchaba; Pero sobretodo, era él. Y eso especialmente era lo que le caracterizaba, no poderse comparar con nadie más.

Su mano se posó en mi pelo y empujó mi cabeza hacia su pecho. Mi oído se posó justo en su pectoral, escuchando sus latidos.

Esa sensación podría describirse una de las más placenteras que había disfrutado hasta ahora.

—Duérmete, dulce Abbie. – Me susurró.

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